Ulises Kusnezov, el montañista tucumano récord en el mundo
Con 24 años, ya escaló los 10 picos más altos del continente americano y los 10 volcanes más altos del mundo. Recientemente llegó a la cima del Manaslu, la octava montaña más alta del planeta
Por: Marcos Lamoglia – 31-octubre 2018
Foto de portada: Tomás Posse
Apenas unos años tenía Ulises Kusnezov cuando comenzó a caminar por las montañas y a tomarle el gusto a la naturaleza. “Empecé desde que tengo memoria. Siempre tuve recuerdo de estar en los cerros, en Tafí del Valle. Toda mi familia hace e hizo montaña: mis abuelos, mi papá, mi mamá. Tengo el recuerdo de muy chico de ir a Tafí del Valle los fines de semana y subir el cerro que estaba detrás de mi casa”, relata el tucumano que volvió hace unos días de llegar al pico del Manaslu, en la zona del Himalaya, a 8163 metros sobre el nivel del mar.
El curriculum de Ulises habla de por sí solo: con apenas 24 años es el montañista más joven de Latinoamérica en hacer pico en las diez montañas más altas del continente, en los diez volcanes más altos del mundo y el más joven en llegar a la cima del Manaslu. Además, tiene la particularidad de haber hecho todo esos logros en menor tiempo que otros montañistas.
– ¿Te acordás de tus primeras salidas?
– Sí. Con ocho o nueve años, fue mi abuelo el que me introdujo en los trekking de más días, de más dificultad. Me llevó a la Laguna del Tesoro, que eran ocho días de caminata.
– Con 9 años tuve mi primera experiencia de alta montaña, que fue el Nevado de Acay, en Salta, de 5700 metros. Fue una experiencia bisagra, porque yo era muy chico, no fue buena, me apuné, me daba sueño, nauseas, no pude llegar a la cumbre. Ahí podría haber dicho “no me gusta la montaña”, pero no. Busqué tomarme revancha, me dije a mi mismo que iba a ser bueno en esto. Así me introduje en el montañismo y empecé a tomármelo más seriamente. Más que nada por venganza a la montaña en ese momento, jajaja.
– Diez años después, con 19 años. En el medio hice varias cosas
– En el Cerro Pabellón, en Tafí del Valle, que tiene 3700 metros. Tenía 12 o 13 años. Fui con Victoria Sosa, una amiga de mi hermana. Estábamos en un verano ahí en Tafí. Ya había intentado ir al Pabellón con mi papá, pero el mal tiempo nos impidió subir. También tenía esa sed de venganza con esa montaña. Así que con Vicky nos mandamos solos. Ella tenía un año menos que yo, sin ningún adulto. Llegamos sin problemas, pero a la bajada fue el conflicto. Nos desviamos, nos perdimos y salimos por otro lugar. Por suerte no pasó nada más que eso.
– Lo vivo como que no es tanto un trabajo, porque uno trabaja de lo que le gusta. Cuando a uno le gusta lo que hace, no es algo pesado ni forzoso. Soy un privilegiado, pero hay que entrenarse y estar en perfectas condiciones para todo. Trabajo de lo que me gusta e implica muchas cosas lindas.
– Las últimas cuatro navidades y años nuevos los pasé con un ruso que estaba empecinado en que su hija sea la más joven en la historia en subir el Volcán Ojos del Salado (se encuentra en la Cordillera de Los Andes), el más alto del mundo. Tenía solo 9 años la nena. Nos llevó tres intentos en tres años seguidos. A los 11 finalmente pudo. El cuarto año lo hicimos con el hijo, para que le bata el record a su propia hermana. Con 8 años lo logró. Espero este año poder pasar las fiestas con mi familia jajaja.
– Decidí trabajar de esto, ser guía de montaña. Es un trabajo que es por temporada, así que hay que aprovechar de noviembre a marzo, que es la temporada. Y si eso implica perderme las fiestas, me las perderé. Hay que trabajar.
– Alguien me planteó subir las diez montañas más altas de América. En ese momento parecía algo imposible. Poco a poco me fui convenciendo de que podía ser, ¿por qué no? Arranqué por el Aconcagua, por lo que significa de por sí y porque hay todo un circo, va mucha gente, y al ir tantos la hace una montaña más segura, porque uno no está solo. Si te pasa algo, siempre hay alguien para socorrerte, en las otras montañas más altas no, estás solo. Después fuimos poco a poco ascendiendo a las diez más altas de América. Me llevó casi tres años hacerlas, empecé a los 19 y terminé con 22.
– Después vinieron los volcanes. No me conformaba con eso nomás. Solo dos personas lo habían logrado en el mundo, y ninguno argentino. Algunas de estas montañas más altas de América también son volcanes, así que eso fue más rápido. No es que tuve que subir 10 más. Lo terminé con 23 años y eso me implicó ser el más joven en terminarlas y en el menor tiempo también. Gracias a ese proyecto conocí bien Sudamérica.
– Sí. Uno en la escuela dibuja el volcán con forma de triángulo, y así es. Los volcanes tienen laderas que son con pendientes continuas pero no abruptas. Cuando las laderas llegan cerca de los 90 grados, se hace más técnica. Los volcanes, por lo general, no presentan estas dificultades y si las montañas. El Aconcagua tiene una pared de 3 mil metros, con nieve, piedras, es una de las más complicadas del mundo. Es muy difícil subirla, pero eso no encontras en un volcán.
– Cuando terminé los objetivos anteriores, a principio de este año. Aún tenía 23 años, en marzo cumplí los 24 y lo veníamos charlando con Matías Marín, mi compañero. Todas las máximas alturas de Los Andes ya la habíamos conquistado. Si queríamos algo más alto había que ir al Himalaya. El tema es que parecía algo lejano y difícil de lograr, pero por lo económico más que nada. No lo veía como algo factible. Pasaron los meses, seguimos charlando, conseguimos el apoyo necesario para ir y al final se hizo posible.
– Lo primero que pensé fue: “finalmente llegué”. El ascenso final a la cumbre se hizo muy lento, muy. El tiempo era de menos de cien metros por hora, porque teníamos que dar un paso y hacer tres o cuatro respiraciones. Se hizo muy largo. Por eso pensamos “finalmente estamos acá”. El montañismo es así, uno pasa meses planificando una cumbre, sacrificándose, y cuando llega, solamente tiene que estar unos minutos y ya baja. Uno nunca la disfruta como debería ser, lo hace después, cuando está en el campamento base, relajado y seguro, y después cuando vuelve a la casa.
– El día de cumbre fue un día tremendo, muy bueno, sin frío, sin viento. Eso nos permitió estar unos 20 minutos en la cumbre. La vista era magnífica, con montañas de todas las alturas, las nubes abajo. Era un día tan bueno que había pocas, y si había más también hubiese sido hermoso.
– Hacer el Everest es imposible, por lo económico. Cuesta arriba de los 60 mil dólares y hoy por hoy no se puede. Sería un objetivo muy ambicioso y sin sponsors es imposible. Me gustaría hacer otros de entre 8200 y 8600, para seguir ganando experiencia, como Makalu o Lhotse.