Lo que a continuación van a leer está escrito por Raúl González Aguirre, miembro fundador de nuestra Asociación y voz y ejemplo inspirador de esta quimera, hoy hecha realidad. A los 75 años sigue siendo nuestro referente, y nos da un gran gusto presentar estas reflexiones. Es mucho lo que se podría hablar de él. Pero lo sintetizaremos diciendo que fue miembro fundador del Grupo de Montaña Tipillas, Profesor de Campamentismo del Gymnasium, desde el año 1985, hasta su jubilación. Numen de nuestra Asociación y que hoy sigue manteniendo presente esos fines que nos siguen inspirando
Existen muchos nombres de montañistas que han realizado y realizan expediciones importantes en solitario. Sin duda que hay un marcado ensalzamiento de esos logros por parte del público en general, de los medios y también de quienes realizan este deporte. L os medios al tener poca información y la que les llega solamente son éxitos individuales o desgracias, no destacan el verdadero sentido de la actividad. Los clubes de montaña, o todo aquello que tenga que ver con nuestra actividad quizás no dimensionen lo importante que es señalar lo que se realiza, por los mismos medios que dan las mismas noticias de siempre.
No cabe duda que encarar una empresa en solitario requiere una preparación tanto física como mental y económica a lo que muy pocos pueden acceder.
El montañismo como tal puede despertar muchas sensaciones o aspiraciones a quienes lo hemos cultivado o a los que están en actividad.
El hombre es un ser social, por lo tanto, necesita ser parte de un grupo, necesita identificarse y lo hace a través de sus símbolos de su lengua, en su modo de actuar, con sus actos creativos en las diversas disciplinas que pueda desempeñar.
De ese tejido social tan grande, que es la sociedad, surgen figuras que se destacan por su talento. Los que asombran al ciudadano común, pasando, en muchos casos a ser su referente.
Sin embargo, esto no sería posible, si no existiera la sociedad tal como la conocemos. Esta cumple una función muy importante en la evolución de sus integrantes. Identifica a sus semejantes a través de la educación de su historia, de sus costumbres, de sus conocimientos, en síntesis de su hacer cultural.
Precisamente ese el sentido que tienen las instituciones, de cualquier tipo, ya sea científica culturales, deportivas o políticas.
El ser humano al sedentarizarse comenzó a soñar a construir. Repetir en nuestro ámbito aquellos principios nos pone en un lugar privilegiado.
En la ciudad cuando se asiste a una función de teatro, por una hora, nos envolvemos en un ambiente de ficción con la obra, sentimos, disfrutamos y padecemos aquello como propio. En la montaña, por el tiempo que estemos la ficción se transformará en acción, nosotros seremos los actores, espectadores, protagonistas de una empresa que tiene mucho que dar.
En cambio, aquellos que optaron por hacer su logro personal, sin dudad que quedarán en la memoria de los que hacen y hemos hecho montaña. Pero cuando miren atrás no tendrán a nadie que siga sus pasos.
Entender solamente que, como único objetivo del montañismo es alcanzar una cumbre, es desperdiciar demasiado la naturaleza. Aquí cabe preguntarse: ¿Cuántas metas me propone la montaña ¿Qué nos sucede a nosotros mientras caminamos y nos miramos? ¿Son los mismos silencios de la montaña de la ciudad? ¿Cuáles son los cambios que se producen en nuestras conductas? ¿Cuántas cosas dejamos de nuestro ser en la montaña y cuantas nos llevamos de ella? ¿Quiénes si no, son los pobladores de esos lugares que nos enseñan a entender cómo se debe tratarla? Como así también el respetar su flora y su fauna. Nosotros llevamos la impronta de la ciudad ellos la moldean a través de sus conocimientos naturales. Llevamos muchas preguntas, tanto ellos como la montaña nos van dando señales a esas preguntas. Eso se llama crecimiento.
El solo hecho de pertenecer a una institución en donde sus integrantes emprendan un trabajo colectivo, en donde el individualismo se diluye, aparecerá una fuerza fusionada.
Los clubes de montaña deberían ser un modelo de cooperación. En la montaña cada carpa es una pequeña célula que tiene un objetivo común. En ese espacio tan pequeño se replica una y otra vez que somos seres sociales, con todas las dificultades que se puedan presentar.
Tener una sede, es el domicilio no ya particular sino de encuentro, de compromiso, de diálogo. Es la pausa de la salida, y el planeamiento de las próximas. Crear refugios de montaña, son pensamientos que van más allá de un simple solitario. Es un soñar que se concretiza, que trasciende.
Tanto una sede o un refugio son lugares fundacionales, ya no se pasa de largo por el terreno, sino que existen espacios que los ocupamos, en el primer caso en un descanso, para pensar, para discutir proyectos en lo segundo nos detenemos… precisamente es en ese momento cuando vemos con más claridad todo lo que nos rodea, tanto humano como la naturaleza misma.
Es la historia de la humanidad. Un refugio en montaña es establecer una frontera entre lo natural el sentimiento y la razón. La carpa es trashumante, el refugio señala un asentamiento humano.
Al desaparecer los clubes de montaña. Aparecieron los profesionales las empresas y con ellos los “clientes” una nueva categoría. En estas salidas, una vez cumplido el objetivo, vuelven a sus hogares sin ningún tipo de obligación. Sin duda que para estas personas no deja de ser un esfuerzo el cual tiene mucho valor personal. En cambio el que pertenece a una institución sabe que tiene un compromiso, que no sólo es suyo sino que lo comparte con los demás. .
Al ser parte de una institución, se puede dejar una huella mucho más profunda. Es aquí cuando la fila india tiene un prestigio y una consistencia increíble. Porque una institución es eso, un fila india, en el buen sentido de la palabra.
Cuando se está recorriendo esos espacios en algunos casos, los encontramos tan frágiles que al ser casi los únicos que transitamos por ellos somos, de alguna manera, los custodios naturales. Las veces que nos encontramos con otro tipo de caminantes o los que lo hacen motorizados, no entienden qué significa estar en montaña y la maltratan. Ella es parte de nuestra naturaleza, no es un baldío. Está así de tiempo ancestral. Y así la tenemos que dejar.
De tanto caminarla cada uno comienza a preguntarse cosas. El acceder a ella por distintos paisajes, desde un bosque frondoso, pasando por un pastizal de altura hasta la tierra desnuda y pedregosa no podemos dejar
de obviar las sensaciones que nos producen en nuestro ser. Así como está, así se debe quedar. El montañista debe ser celoso guardián de este TREMENDO ACTO CREATIVO DE LA NATURALEZA.
Raúl González Aguirre