Día 7 de agosto de 2019. Quinto parte.
por Glauco Muratti
Hoy Ulises y Arkaitz han permanecido en el mismo campamento intercambiado mensajes de carácter meteorológico con Andrés Suarez, que les ha enviado información que probablemente esta noche vuelva a ser actualizada.
Siempre ese tipo de contacto con “el exterior” perturba al montañista, de alguna forma difícil de expresar, rompe la intimidad con el entorno, hasta tal punto que algunos andinistas tratan de evitarlo lo más posible. Pero, como decíamos en el informe de ayer, tan cerca de la montaña y siendo ellos rápidos y resistentes están dedicados a tratar de no cometer errores y abordar el último tramo del ascenso de la mejor manera. Dependen del clima de los próximos días. Están en el momento de la excursión en que el resultado de las decisiones es mucho más trascendente.
Aprovechamos para explicar un poco el paisaje volcánico donde transcurre el ascenso diciendo que cualquier sector elevado de la superficie de la tierra tiende a ser retrabajado y socavado. Eso se llama erosión: aprovechando la gravedad, milenio tras milenio, se van eliminando materiales de sitios altos para depositarlos más abajo. Es el agua en su forma líquida o solida quien contribuye enérgicamente con este trabajo. Como en la Puna la sequía dura milenios, los materiales que en su momento fueron expulsados sobre la superficie por los volcanes (desde el período Terciario hasta el Cuaternario), se fueron acumulando sin fuerza capaz de labrarlos.
Así el terreno carece de desniveles bruscos, no hay valles profundos (ni del tipo fluvial en forma de “V” ni de tipo glaciar en forma de “U”) tampoco paredes rocosas ni picos agudos, casi todo en la Puna está sumergido bajo esa eterna e intemporal capa de roca suelta. Por eso es extraordinario encontrar un arroyo o río permanente: aún en época de deshielo casi toda el agua se infiltra en las gruesas capas de material suelto que tapizan las montañas, reapareciendo a veces en vertientes, las vegas.