Fueron nuestras compañeras María del Carmen Ahumada, Liliana Barbá y Natalia Dahud
“Al final de este viaje, en la vida quedará nuestro rastro, invitando a vivir. Por lo menos, por eso es que estoy aquí.” Silvio Rodríguez
Próxima al fin de semana empezamos a charlar entre algunas compañeras para salir a disfrutar en algún rincón de nuestro terruño. La propuesta fue ir hacia la Lagunita de Cabra Horco, partimos las tres, el día domingo en la mañana.
Al alba se vislumbraba un día de sol pleno, cielo despejado con bastante humedad después de la lluvia de días anteriores. Dispuestas a compartir una jornada sin prisa empezamos el recorrido, Lily llevaba la senda en un track, Maricarmen fue recuperando registros que tenía guardados en su memoria personal, no del celular. Y yo que era la primera vez por esa senda las seguía atentamente.
Fue un trayecto pausado, la pausa de quien decide contemplar lo pequeño y sutil apenas perceptible si andamos con ritmo apurado. Tomamos un sendero que nos fue sorprendiendo a cada paso con los colores por la llegada de la primavera, flores silvestres, vainas y semillas de árboles desperdigados por el suelo, infinidad de caracoles blancos resaltaban sobre la tierra, el trino de los pájaros y aves planeando en el cielo, el aroma a tierra mojada, las hojas brillantes recién lustradas por las gotas de lluvia.
A medida que avanzamos se aflojan las barreras para dar paso a la palabra que surge cuando se siente confianza e intimidad, lo que cada una trajo consigo a la montaña va tomando forma en el diálogo. Nos detenemos para admirar, asombrándonos de lo que se impone delante nuestro, se cruza por mi mente como una ráfaga un verso de una poeta, se lo repito en voz alta a mis compañeras, “donde el alma se pierde como un piojo/ en la cabellera turbia del mundo”.
Quizás parezca algo extraño, creo que de alguna forma existe una poética en el caminar. ¿Quiénes son los que caminan por entre valles y quebradas, bordeando un filo, buscando una vega, atentos al abra, o llegar a una cumbre sino aquellos que dejaron la comodidad en la ciudad para leer con sus pies la tierra que nos cobija? Nos reconocemos minúsculos ante el delirio de la creación.
Hacia la tarde cuando emprendemos el regreso después de haber soportado el calor abrasador y disfrutado de un nutritivo almuerzo, con la compañía de un cariñoso perro negro, el balido de las ovejas, empezamos a escuchar tronar, rápidamente las nubes fueron cubriendo el ancho cielo hasta comenzar a sentir las gotas caer, la agüita llega para aliviarnos, la preocupación por llegar antes que sea una tormenta cede paso al disfrute. ¿Quién no recuerda la algarabía de la niñez cuando salir a chapotear en los charcos de agua era casi tocar el cielo con las manos? Por eso y otras cosas creo que somos caminantes y poetas, con o sin palabras, quizás la sensatez se impone al sentimiento, o por qué no podemos darle rienda suelta al sentimiento mientras hacemos camino al andar.
Natalia Dahud Asociación