CHAÑI. Experiencia infinita. Expedición realizada entre el 12 y el 16 de febrero de 2021.

Nevado de Chañi. 5896 msnm. Mayor en altura en la provincia de Jujuy.

Por nuestros compañeros: Cecilia Valle, Eloísa Quiles, Fernanda Albertus, Rubén Goñi, Fernando Carrizo, Ricardo Gramajo, Sebastián Leal, Maximiliano Bustos, Benjamín Palacios y Adrián Toledo.

Introducción

Cuando Rubén me invitó a sumarme a la expedición Chañi, lo primero que pregunté fue si consideraba que estaba preparado; “Si voy yo, vas vos” fue la respuesta contundente. Me pareció lógico, él anda muy bien y con él, en la subida al Morado, habíamos estado bastante parejos. Entonces, le respondí sin dudar, “estoy amigo, póngame en esa lista”. Ya vería después como acomodar mi agenda. No sabía nada del Chañi, excepto de que era una montaña importante y mística, además de que era difícil. Mi primer aprendizaje, puedo decirlo ahora, es que cuando nos invitan a una expedición, es porque quien lo hace, confía en nuestra capacidad física y en nuestro carácter, y corresponde antes de decidir que responder, analizar si tenemos el equipo para el viaje, a partir de estudiar la montaña y, sobre todo, de consultar a quienes ya la recorrieron. Siempre el equipo puede ser mejor o, dicho de otro modo, es probable que la mayor parte de las veces no contemos con el ideal, pero debemos saber a qué nos exponemos, porque en los ascensos no solo se trata de nosotros, sino de todo un grupo, que apunta a un objetivo que es la cumbre. La idea es, minimizar los imponderables.

El Moreno (3.600msnm)

Llegar hasta este pueblo, aunque fue muy divertido, se complicó cuando literalmente destruimos una cubierta. El resto del viaje sería sin auxilio.

Hospedaje maravilloso, comida casera, en fin, un lujo para la expedición. Salimos al dia siguiente, a las 6 de la mañana, rumbo a Flor de Pupusa, porque la persona que nos llevaría en su camioneta no podía más tarde. Teníamos que pasar todo el día ahí, pero no nos quedaba otra alternativa que salir temprano.

Flor de Pupusa (4.200 msnm)

Después de veinticinco kilómetros de complicada ruta, a veces huella, a veces lecho de río, llegamos a un muy bien equipado refugio, con camas y colchones, cocina y galería. Nos pareció demasiado el día de aclimatación en los 3600 msnm del lugar, básicamente porque nadie sintió los efectos de la altura. Pero quien sabe que habría sucedido de ir directamente hasta Jefatura del Diablo. Pasamos el día entre recorridas por los alrededores, mates, charlas y la siempre rica comida de Cecilia. Al día siguiente, cerca de las 9:30 comenzamos el ascenso, con mochilas completas, hasta Jefatura.

Jefatura del Diablo (4.900 msnm)

Luego de entre 2:15 y 2:45 horas de recorrido, llegamos todos a Jefatura del Diablo. Fue un recorrido tranquilo que nos sirvió para comprobar que el ritmo de los diez integrantes era bastante parejo. Las instalaciones cuentan con dos habitaciones, una se emplea como una cocina, y queda la otra para dormitorio. Luego existen otras construcciones, básicamente mamposterías sin cubierta, que definen lo que probablemente fueron recintos cubiertos pero que hoy no tienen más que sus paredes. Esos muros permiten instalar las carpas más o menos protegidas del viento. Con esas condiciones algunos decidieron dormir en la habitación y otros en nuestras carpas. Allí, cerca de las 14:00, charlamos con un grupo de tres montañistas que iban un día adelantados de nosotros, cuando ellos regresaban de su intento de cumbre. Habían desistido, 200 m antes de la cumbre, por el fuerte viento, nos comentaron. También nos contaron que habían comenzado a subir cerca de las 6:00 am. Las habituales condiciones cambiantes de las cumbres pasado el mediodía, nos comenzó a convencer respecto de la necesidad de arrancar más temprano al día siguiente. Se propuso primariamente el horario de las 4:30 am, pero se terminó aceptando la idea de arrancar antes, para mayor seguridad, de modo que terminamos partiendo el día siguiente a las 3:30 am.

Intento de cumbre

Con todo preparado desde la noche anterior, en esa madrugada nos alistamos rápidamente. Todos estuvimos listos en horario, de modo que comenzamos el ascenso final a la hora programada. A unos 30 metros del campamento, intenté destrabar el pico de la manguera de mi bolsa de hidratación, pero se desconectó y el agua comenzó a caer. Ante la situación, tapé la manguera con mi mano, sin tener en cuenta que esa acción inutilizaría mis guantes de primera piel. Pudimos solucionar el tema de la válvula, pero mis guantes mojados ya no podrían ser utilizados, de modo que continué con otros de abrigo e impermeables, aptos para nieve, pero con menos aislación que la posible de haber contado con los dos pares. Sentí que el ritmo era muy bueno, entre otras cosas porque el frío te invita a estar en movimiento y, además, porque la noche impide ver la montaña completa, con lo cual dejamos de percibir lo que nos resta transitar, evitando esa situación a veces agobiante. Debido a que el día anterior había visto volver a los amigos litoraleños del grupo anterior abrigados y de que ellos mismos nos dijeran que no sería preciso usar crampones, es que decidí ir con una mochila básica de hidratación, que me serviría a lo sumo para guardar campera y rompevientos, de ser necesario. Así es que cuando Rubén nos pidió una mano con su mochila, no tuve problema en cargarla, luego de colocar la mía en su interior.

Subir a esta montaña es una experiencia mística, eso lo descubrí cuando cerca de las 7:15 a.m. accedimos a una plataforma extendida alrededor de una herradura profunda, la quebrada de León. En ese momento la huella se convierte en un coloso espacio natural. Una vez que alcanzamos el borde superior de esa herradura, que está desnivelada, entre el extremo donde está la cumbre y en el lugar de acceso, y que contiene el valle inferior, estamos en un lugar maravilloso, escenográficamente tensionado hacia la cumbre, ahora por fin visible, situada como una referencia excéntrica. El lado más bajo de la herradura es algo angosto, pero se amplía para dar lugar a una explana en pendiente a medida que ascendemos. Sin embargo, en un punto la explanada se interrumpe en una especie de mirador contenido, a continuación del cual aparece un filo angosto, con curvatura opuesta, que nos llevaría hasta la base del último promontorio. La primera en acceder a ese mirador fue Cecilia. Luego Maximiliano. Detrás Fernanda. Algo retrasado venía Sebastián y muy cerca yo. Eran las 8:00 am y los tres primeros nos dijeron lo mismo, “corre mucho viento”, al tiempo que comenzaban a descender. No entendía nada. No sentía especialmente fuerte el viento. Accedí al mirador y vi que el filo era diferente a todo lo anterior, una cara nevada la otra con un terreno granulado, parecía fino. Fue entonces que recordé que la lucha contra el frío había sido constante en el ascenso. Mis manos extrañaban la primera piel. Siempre sentí que estaba con lo justo, no me sobraba nada. Podrían ser necesarios los crampones, algunos temblaban. Los más experimentados, Fernando y Ricardo, venían retrasados. Cada minuto de espera había sido una tortura en las paradas. Ahora era lo mismo. Una cosa es cuando nos movemos, otra si nos quedamos detenidos. Sebastián me dijo, no aguanto más el frío, bajo. Llegaron Fernando, Elo, Benja, Rubén y Ricardo. Alguien dijo, “hasta aquí será, saquemos una foto, todos juntos”. No estoy de acuerdo con arriesgar más de la cuenta, a fin de todo ya hacemos una actividad con bastantes riesgos asociados. Me sentía bien para seguir, pero tengo poca experiencia en general y menos aún a los 5700 msnm, donde estaba por primera vez. ¿Qué tan difícil sería el filo siguiente? Me pregunté. No me seducía tanto ir por mi cuenta, necesitaba ver certezas en otros. Luego de la foto, hermoso recuerdo de un hermoso día, algunos comenzaron a bajar. El frío o la altura o ambos, los habían afectado. Sentí la situación algo caótica. No me gustaba la idea de seguir, me faltaba confianza en mí y en el grupo que se disgregaba. Además, es muy personal, lo sé, pero disfruto tanto las montañas y este lugar es tan maravilloso, que la cumbre, esos metros más, no me parecían tan significativos. Pensé que Fernando, Ricardo y Cecilia seguirían, pero que era un error, porque estaba muy desarmado todo. Tenía la mochila de Rubén conmigo. Me propuse estar cerca de él. En la bajada, sin embargo, no pude contenerme y me detuve, solté la carga, usé el equipaje de respaldo y me senté a disfrutar de ese lugar. A mirarlo. A olerlo. A escucharlo. La experiencia había sido maravillosa, no podía pedir más. Estuve muy feliz ahí. Y esa alegría me acompaña. La montaña es dura a veces, nos expone a todas nuestras debilidades. Termina por mostrarnos tal cual somos. Por eso sé que estuve al lado de maravillosas personas. Gente que de un día para el otro siento como grandes amigos. Abrazos que duran para siempre. Intentaré otras cumbres, seguramente. Pero sobre todo intentaré compartir la experiencia de estar en la montaña al lado de esas personas simples y maravillosas. Agradezco mucho a Rubén por la oportunidad de invitarme a formar parte de la expedición y además por permitirme escribir este relato. A Nicolás Kuznesov por tantos y tan frontales consejos. A las extendidas charlas con Cyn Perez Mc Gibbon, que tanto me ha transmitido, desde lo práctico hasta los valores que se deben cultivar y mantener en la montaña, en tan poquito tiempo. A Fernando por hacernos sentir a todos que se puede contar con él para lo que sea necesario. A mis amigos con los que viajamos en el auto, Ceci, Elo, Seba y Ricardo, que hacen de cada instante un buen momento, incluso cuando te quedas tirado o vas demasiado cargado. Creo que el entrenamiento es fundamental. Conocer nuestra resistencia al frío y a la altura también suma. El equipo adecuado es imprescindible. El grupo humano es simplemente vital.

Adrián Toledo