Presentamos el relato de una de las integrantes del primer CIM 2021, al finalizar el mismo.
Estoy a más de 4600 metros sentada en el cerro El Negrito. En el horizonte puedo ver la puesta del sol más maravillosa que vi en mi vida. Atrás quedó el miedo. Es cierto, Andrés, a la cumbre se llega primero con la cabeza y luego con el cuerpo. Pude combinar los dos y lo logré.
Estoy aquí intentando guardar en mi retina (y en mi memoria) este cerro infinito y el manto de nubes esponjosas que dejan sobresalir los picos majestuosos de los Ñuñorcos. Docenas de carpas multicolores completan la escena, ahí se empiezan a refugiar mis compañeros del Curso de Iniciación a la Montaña, antes que el sol se esconda y el frío se cuele en nuestro cuerpo.
Esta montaña nos encuentra a todos. Unos están yendo a buscar agua para preparar algo calentito para tomar y luego para cocinar a la noche. Otros están padeciendo el Mal Agudo de Montaña (MAM), término científico del conocido apunamiento. Yo tomo mate. Delfina se está peinando y embadurnando con crema, hasta en la montaña ella siempre está divina. Leo se prepara un pan con picadillo, escena que me recuerda a mi niñez. José anda caminando en patas con short y remera, atrás quedaron las tres capas de ropa de un montañista. Rosario trepa a una roca para luego seguramente regalarnos sus maravillosas fotos. Ulises nos roba la ilusión de dormir hasta tarde cuando nos dice que tendremos que levantarnos a las 8 de la mañana para poder hacer cumbre.
La llegada aquí fue desafiante, cansadora, y con un sol radiante como compañía. En el camino pelee con mi cansancio, con mi cabeza que por momentos quiso boicotearme mis pensamientos de disfrute. En el trayecto, durante seis horas de caminata, entre mis más de 60 compañeros nos vamos dando ánimo, nos preguntamos cómo vamos, nos convidamos algún caramelito y puñados de frutos secos. A veces decidimos caminar en silencio, a veces buscamos una compañía para que la charla nos haga olvidar el cansancio. El mejor motivador sin dudas es el profe Santi, que siempre con su energía nos inyecta ánimo para dar un paso más. Atrás de él, Anita regala una sonrisa, como lo hace siempre. Ahí pasó Ulises que me dijo que parezco cabra de la montaña, porque continúo con mi marcha.
A la noche, refugiados en una cuevita como la de los dibujitos del Correcaminos, compartimos una cena comunitaria de guisito de arroz, tarta de pollo y una espectacular provoleta con Mario, Pablo, Mariana, Rosario y José. Nuestra vista es el cielo plagado de estrellas. Apagamos nuestras linternas frontales para poder observarlas. Ese cielo y esa comidita con garrafa de campamento puedo asegurar que será mejor que cualquier plato gourmet del mejor restaurante del mundo. Solo de recordarlo vuelvo a emocionarme.
Sin dudas nunca es tarde para volcarnos a algo que puede hacernos felices, vencer los miedos es la mayor conquista. El lema del montañismo dice que el caminar debe ser lento pero constante.
Gracias a mis profes y compañeros de la Asociación Argentina de Montaña, por acompañar y sostener en el camino.
Gracias montañita por abrazarme en tu majestuosidad.
Lento pero constante, se llega a la felicidad. Yo ya llegué.
Mariana Medjugorac (una aprendiz de montaña).