Por nuestros compañeros: Mariana Medjugorac, Fátima Lucero, Nadia Díaz, Florencia Kusnezov, Anita Salazar, Aylén Martínez, Rossana Linares, Ana Luderman, Juan Garretón, Matías García, José Monmany, Facundo Suárez, Diego Martínez, Nicolás Kusnezov, Rubén Goñi y Marcelo Leone
Viernes de ascenso. La cita, encontrarnos a las 7 en el Acceso Norte. Esa mañana me desperté con el corazón ansioso, revuelto, levitando. Me puse un poco nervioso porque el taxi no llegaba y además porque el GPS (con la ubicación que me compartió José) me decía que mis compañeros ya estaban casi en el punto de reunión. Finalmente me trepé al auto con todo mi equipaje. Como si lo hubiéramos ensayado mil veces llegamos juntos a la salida a la Ruta 9. Allí estaban, Mani, Anita y José. Primero los abrazos, después organizar el tetris de mochilas, agua, bolsas de comida, bastones. El viaje fue corto hasta los Nogales. Allí las camionetas nos quitarían la carga más pesada. Llegamos y los abrazos se multiplicaron ¡A ordenar! Después de calcular los espacios y poner cada cosa en su lugar, cada grupo partió rumbo a Salta capital, primera parada. El viaje se hizo corto. Reír, llorar, mostrar la vida misma. El camino de esa búsqueda de felicidad que tenemos todos nos unió un poco más. Cuando la vida palpita uno sólo tiene que abrir un poco el corazón, desnudar el propio ser.
Llegamos a Salta (1187 msnm), antes una parada técnica en Güemes. Todos bien. La camioneta de Nadia siguió viaje porque no encontraron el punto de reunión. No hay problema, nos veremos en San Antonio de los Cobres. En Salta comemos algo antes de seguir viaje. Además de nosotros, Nico, Ani, Flor y Diego, Aylén. En la otra camioneta Matías, Juancho y Rubén. Se va completando el equipo. Entre risas, sanguchitos, huevos duros, charlas amenas, nos preparamos para seguir con esta aventura.
Reanudamos el viaje. Pasamos por Campo Quijano (1664 msnm) un pueblito hermoso con una locomotora negra de monumento en la entrada. Se van sucediendo una serie de pueblitos pintorescos y solitarios. El Alisal, El Tunal, Ingeniero Maury, Gdor. Manuel Sola (2800 msnm). Comienza a abrirse ante nosotros la Quebrada del Toro y la inmensidad de los cerros salteños, los cardones, como mudos soldados, custodian ese tesoro que es la belleza de la altura. Los colores de las montañas parecen salidos de la paleta de algún pintor surrealista. Santa Rosa de Tastil (3110 msnm), Las Cuevas. Durante el viaje, las vías del tren de las nubes nos acompañan junto a la ruta. Presagio del viaje hacia el cielo, hacia las alturas. San Antonio de los Cobres (3775 msnm), un pueblo que se debate entre lo colonial y la civilización que va mostrando su avance. El surtidor nos encuentra por unos minutos. Saludamos a Nadia, Rossana, Facundo y Fati. Hay que seguir.
Cada vez el camino es más solitario, más desértico. La ruta sinuosa, se desarrolla como una serpiente asentada en las lomadas. Después de un rato de zigzags aparece el icono de San Antonio, el viaducto de la Polvorilla (4200 msnm), símbolo del Tren de las Nubes. Es increíble que esa genialidad de la arquitectura se levante silenciosa en esas soledades. Paramos para estirar las piernas, sacar unas fotos, admirar esa tremenda estructura. En un local, una señora nos vende unos caramelos de coca para mitigar la puna. Fotos grupales en el bello trencito que simula llevar vagones de rocas que fueron extraídas de la mina. De nuevo las risas, las fotos. A seguir viaje antes de que se apague la luz.
El camino, cada vez más arduo, nos va llevando hacia el límite con Jujuy. Cada vez menos para el destino. Un último desvío nos lleva a la última tranquera, cerrada. Ya nos habían advertido que teníamos que pedir la llave y pagar para pasar. Tuvimos que dejar ahí los vehículos y llevar las cosas hasta solucionar el tema al día siguiente. Teníamos que ganarle al ocaso para armar las carpas. La explanada se abrió con un volcán de fondo. Ya comienza a palpitarse la aventura, el destino. Armamos el campamento base, el domo, las carpas, calentar agua. 4400 msnm. La puna nos saluda con toda su fuerza. Movimientos lentos, mucha agua, tratar de respirar. Nos acomodamos de a poco. Un día de travesía, de viaje interior, de encuentro, de conocimiento. Nos espera la primera noche. La luna llena ilumina con todo su esplendor. A dormir, al otro día se vienen nuevos desafíos.
El frío de la carpa se hace sentir. La linterna frontal es una herramienta fundamental en la noche. Me meto a la bolsa de dormir vestido, calzas, camiseta térmica, gorrito de lana. Apago la luz. En la oscuridad, me zambullo en mis pensamientos. Vuelvo al viaje con mis compañeros. Mani al volante, yo de acompañante, atrás Anita y José. Las palabras brotan de nuestros labios, contar la vida, abrir el corazón, develar las historias de vida. Las lágrimas ruedan por nuestros rostros. Las gargantas anudadas de la emoción incontrolable. Son esos momentos en que la vida brota. El compañerismo se profundiza en amistad, en unidad. La risa llega, descomprime. Eso hace la montaña, eleva los espíritus, une la vida.
Sábado para aclimatar. La luz de la madrugada me despierta temprano. Me cuesta salir del capullo calentito de la bolsa de dormir. No puse el reloj despertador porque la idea es descansar lo que más se pueda. El aroma del café llega desde el domo. Los montañistas van emergiendo lentamente de las carpas. La escarcha brilla como terciopelo iridiscente sobre los cubretechos. “¡Buenos días!” “¿Qué tal descansaste?” La pregunta que cuida al compañero. “Mucho frío, casi no pude dormir, la puna te hace dormitar”. Algunas chicas con náuseas y vómitos. Ni salen de la carpa. Mientras calentamos el agua para unos mates la charla comienza a animarse. A las diez salimos a caminar para seguir aclimatando. Una actividad fundamental para preparar el cuerpo a la altura. Salimos del campamento por el camino que lleva al volcán. Vamos subiendo, controlando la respiración, en fila india. El solcito nos va calentando poco a poco. Subimos una hora, 200 metros de desnivel. Parada y evaluación de las fuerzas, hidratación. Nuestro guía, Nico, dice que tal vez algunas de las chicas que no terminan de aclimatar tengan que quedarse en el campamento al otro día. Hay que ver cómo amanecen. Volvemos. En el camino vemos unos chinchillones que están tomando sol. Antes, unos guanacos hacían lo mismo. La belleza de lo natural.
Nuevamente en el campamento nos preparamos con Aylén y Juan para conocer un sector de escalada que se llama “La Juguetería”. Partimos con todo el equipo en la camioneta con Mati. Llevamos los crashpads, que son colchonetas de alto impacto para detener las caídas. Después de un pequeño trayecto llegamos. En el viaje nos empiezan a deslumbrar las rocas gigantes, paredones, fisuras. Todo salido como de un mundo extraterrestre. Paramos ante unas rocas que nos llaman la atención. A pesar de la altura queremos intentar escalar, jugar un poco. El lugar es tan tentador que no nos podemos resistir. Escalamos varias rocas. La temperatura cálida sumada a lo áspero de su superficie hacen que el disfrute sea mayor. Para una camioneta y unos simpáticos mendocinos se nos unen en la práctica. Increíble que en esa soledad aparezcan compañeros de escalada. Sorpresas fraternas de la montaña. Llegan también Nadia, Fati, Rossana y Facu mientras Matías recorre la ruta con su patineta eléctrica onewheel (una rueda) como salida de una película del futuro.
Camino de retorno. Seguimos admirando ese maravilla de paisaje. En la ruta paramos en las aguas termales que administra la comunidad originaria de la zona. Las cálidas aguas son como un masaje relajante para nuestros músculos. Nos encontramos nuevamente con nuestros nuevos amigos mendocinos. Alternamos el calor con el frío exterior generando una sensación placentera en nuestros cuerpos. La pileta se encuentra rodeada de una estructura de vidrio y techo de chapa con aberturas para que ingrese el aire fresco del exterior. Se acaba el tiempo. Cuando nos estamos retirando llegan Mani, José y Anita. Me quedo una hora más con ellos. Mis amigos entrañables. Una hora más de relax. Charlas, risas, seguir abriendo el corazón. Las fotos no tardan en llegar. El volcán de fondo sigue esperando silencioso, agazapado. La esperanza sigue iluminando los corazones.
Volvemos al campamento cuando la luz ya comienza a escasear. Un viento helado sigue al ocaso. Llego a mi carpa, me cambio de ropa y a descansar un rato, tengo que entrar en calor. Me duermo casi al instante. Los sonidos del domo me despiertan. Risas, charlas animadas, olorcito a comida. Escucho a Mani que me llama. “¡Ya voy amiga!”, le contesto. En un segundo me abrigo, me pongo mi linterna frontal y voy con los chicos. El microclima que se genera en el domo es increíble. No sólo por la calidez del lugar, dónde los calentadores están a full, sino también por lo animado de las conversaciones, las carcajadas, las voces amigables e interminables. Llego y me pongo manos a la obra. Vamos a comer algo liviano, mañana es el gran día. Comemos, fotos nuevamente y a dormir.
La ansiedad posterga el sueño. Hoy aclimatamos. Pienso que no solo el cuerpo aclimata, también la mente, el alma. El corazón se ensancha cuando compartimos la vida, cuando dejamos entrar a los demás. Subimos a la montaña con otros, nos sostenemos, nos acompañamos, nos ayudamos. Para esto es muy importante la confianza en el otro, conocer al otro, a aquel que nos tiende la mano. Nosotros también estaremos atentos al otro, al amigo, al compañero. La noche no es tan fría, ni tan oscura. La luna llena abriga, ilumina todo.
Domingo de cumbre. Nos levantamos a las 6.30 hs. La noche anterior dejamos armadas las mochilas. Mientras tomamos el café y el mate preparamos los vehículos para dirigirnos al lugar desde dónde partiremos rumbo a la cumbre. Cargamos mochilas, bastones, radios. Se quedan en el campamento Ani, Flor, Mani y Anita. Después de la salida del sábado decidieron no intentar la cumbre. Todavía su cuerpo no se aclimató. Esas cosas son así, a veces los tiempos varían entre las personas.
El aire fresco de la mañana nos carga de energía para iniciar la aventura. Llegamos a la explanada. Después de las indicaciones de Nico emprendemos la marcha. Son las 7.40 hs. La fila india se desplaza silenciosa. A la hora de caminata hacemos la primera parada para hidratarnos y sacarnos abrigo. Subimos 200 metros de desnivel, un poco más. 4600 msnm. Descansamos 10 minutos. Partimos nuevamente. El silencio sigue con nosotros, los pensamientos también son compañeros de camino. La marcha continúa lenta pero constante. La altura empieza a pegar. Después del segundo descanso de una hora se va sintiendo la puna cada vez más. Luego de un rato Mati dice que quiere volverse. Nico le pregunta por los síntomas que tiene. En realidad, dice, se siente cansado porque no pudo dormir la noche anterior. Entonces nuestro guía le dice que es una cuestión de mente, eso nos puede jugar una mala pasada. Lo lleva adelante junto con él. Ahí va también Rubén. Se ponen a charlar para distraer los pensamientos que atacan cada vez más. Seguimos subiendo en altura. La fila es de doce, como los apóstoles en un Via Crucis de montaña. La peregrinación nos une, nos hermana. De repente se acaba el camino de las 4×4 y Nico nos indica una subida más abrupta. En el próximo descanso, Rossana se descompone. Dicen sus compañeras que la conocen desde antes que eso le suele pasar. Lo mismo hay que controlarla y prestar atención a sus síntomas. Nico la hidrata y le da de comer. Tiene que juntar fuerzas. Se empiezan a suceder subidas con acarreo que dificultan el ascenso. Aylén nos tira un tip, clavar la punta de la zapatilla o bota para que el pie no se deslice hacia atrás. Ahora Facu también dice que se siente cansado. Nico está atento a cada uno, nos dice una palabra de aliento, nos hace descansar, tomar agua, comer algo para recuperar energías. De pronto nos dice que contemos los pasos, cincuenta pasos y descansamos un minuto, así la mente se concentra y deja un poco de luchar. La técnica es increíble. Es una forma de caminar que se usa en alta montaña. Seguimos subiendo. Ya estamos en los 5000 msnm anuncia José. Se escucha que alguien dice: “cada paso es un triunfo, un récord”. Por momentos el terreno va del negro azabache (piedra volcánica) al blanco amarillento del azufre pasando por un marrón claro terroso. El olor fuerte del azufre genera por momentos un leve sopor a nuestra mente agitada. 5200 msnm. Es asombroso que el viento esté ausente. El día es diáfano y de un azul casi irreal. Un día increíble.
Seguimos subiendo. Yo voy pasando por varios estados. El dolor de cabeza eterno que por momentos olvido. En otro momento posterior siento náuseas esporádicas. Mientras camino siento que pierdo la noción de la senda, siento que me quiero dormir. Bostezos interminables. Camino dormido. En medio de todo eso, Aylén que me insiste en que tome agua, a sorbitos, de a poco. Le hago caso, por supuesto. Son las 14 horas cuando llegamos a los 5400 msnm después de una trepada tremenda. Desde ahí ya vemos la cumbre. Nos esperan las dos últimas subidas, se las ve duras. Paramos. Nico reorganiza el grupo. Rubén, de 74 años, al frente para guiarnos rumbo a la cumbre. Después José y yo, Aylen, Facu, Ro, Nadia y Fati. Juan, Mati, Nico y Diego cerrando. Pasamos a contar veinte pasos y un respiro. El cansancio se hace sentir. Después de la segunda serie me doy vuelta y veo que mis compañeros vienen atrás. José a mi lado, firme. Cada vez me siento un poco más agitado. Me detengo y siento que no puedo más. Les digo a mis hermanos que siento una angustia en mi pecho, que el aire no entra a mis pulmones. Empiezan a brotar lágrimas de mis ojos. Pasan mil cosas por mi cabeza. Si renuncio en ese momento, mis hermanos tendrán que bajar conmigo. Es ley en la montaña. Esos temores me asaltan como fantasmas terroríficos en mi mente. Me estremezco de solo pensarlo. Una catarata que me ahoga. Fati y Nadia me alientan, me dicen que todos pasamos por ese momento en la montaña. Que llore con confianza, que hace bien. Lloro. José me abraza y me da fuerzas. “Vos podés”. Palabras y presencias que calman profundamente, son esa energía que uno necesita para seguir, no sólo en la montaña, sino en la vida.
Seguimos contando veinte pasos, seguimos subiendo. De pronto en medio de esa concentración escucho que dicen: “ahí llegamos a la cumbre”. Faltan 50 metros. No lo puedo creer. Mis piernas recobran fuerzas, mis ojos se preparan para lo que se viene. Los bastones ya no sirven para nada, la energía viene del interior. La fila de montañistas se une como una cadena de hierro, cada uno es un eslabón. Desde el primero al último, unidos por una esperanza. Los pasos no se detienen, lentos y constantes, como lo fueron durante todo el camino. Un paisaje majestuoso se abre ante nosotros. Todos juntos, entre gritos, abrazos y llantos llegamos a la cumbre, 5530 msnm. Qué felicidad, qué alegría. Llegar a la cumbre junto con los compañeros es de las emociones más intensas y maravillosas del mundo. No se trata de llegar primero, ni llegar antes, se trata de llegar con los otros. Con aquellos que te sostuvieron, que te alentaron, que te abrazaron y dieron fuerzas. Eso es lo maravilloso. Cuando abrazo a cada uno de mis hermanos de montaña un nudo se atraviesa en mi garganta, siento que mi corazón se para, que mi alma me está por salir del pecho. Un regalo enorme que recibimos de esa inmensidad. Es experimentar por un momento algo de eternidad.
Nos quedamos unos quince minutos en la cima. Algunas fotos, nos hidratamos, alguno come algo liviano, unos minutos de descanso. No hay que quedarse mucho, la puna sigue al acecho. Mati hace volar el dron, un lujo fantástico. Después hacemos la foto grupal con la bandera de la AAM. Esto es un Club de Montaña, sólo acá se pueden vivir estas tremendas experiencias.
Comenzamos a bajar. Luego de unos minutos de descenso llega el acarreo. Primera vez que lo experimento con toda su fuerza. Es como esquiar, pero sobre rocas pequeñas, hace falta equilibrio, armonizar el peso del cuerpo, usar los bastones, dejarse llevar. Es impresionante la velocidad con la que uno baja. En ese momento comienza a correr un viento punzante. Mientras bajamos el paisaje es impresionante, ilimitado, eterno. En un momento ya estamos en el camino minero. A medida que vamos bajando el cuerpo se va acomodando, se va recuperando de las inclemencias de la altura. Entre cortadas y sendas llegamos nuevamente a las camionetas. Nico llega primero y pone algo de música. A medida que vamos llegando nos saludamos felices, cansados. La luz de la tarde le da a todo una apariencia serena, plena. Después de sacudirnos algo de la tierra que llevamos encima nos sacamos la foto final todos juntos. Cargamos las camionetas y partimos rumbo al campamento. Unos guanacos nos miran curiosos desde la orilla del camino.
Llegamos a la base. Nos salen al encuentro Mani, Flor y Anita. Vienen de las termas. Les queremos contar todo en un segundo, tarea bastante imposible. El corazón desborda, las palabras se quedan cortas, las emociones están frescas y rebosantes. Más tarde, mientras tomamos unos mates en el domo compartiremos las experiencias, las vivencias, más palabras, más emociones. Ese abrir el corazón con tanta intensidad hace que las lágrimas rueden por las mejillas, por las almas. Se repiten las palabras, los agradecimientos, las vivencias. Compañeros, hermanos, caminantes, montañistas. Construimos entre todos esta identidad, un camino colectivo.
Después de la comida nos vamos a descansar. Llenos de vida, llenos de montaña, de los rostros y manos tendidas de nuestros hermanos, de abrazos impresos en lo profundo del ser.
Lunes de descenso. Nos levantamos temprano, pero no tanto. Comenzamos a desarmar el campamento entre mates y cafés. En menos de una hora estamos listos para partir. Distribuimos todo el peso entre los vehículos. Después de mirar por última vez (o tal vez no) a aquel volcán majestuoso que parece alejarse, indiferente, partimos de regreso.
Ya en viaje la charla vuelve a los momentos compartidos, a las dificultades, a los logros. Pasamos por la Polvorilla, San Antonio de los Cobres. Seguimos viaje rumbo a Salta. Los corazones se vuelven a abrir, a mostrar su parte vulnerable, sus fortalezas, sus búsquedas. Eso es lo maravilloso.
Casi sin darnos cuenta llegamos a Salta. Última comida en la Shell. Ahí comienzan las despedidas. Seguimos viaje en el Etios rumbo a San Miguel de Tucumán. Las charlas comienzan a mecharse con silencios. Esos silencios que llenan el corazón. Llegamos a la entrada a San Miguel y me bajo del auto. Nos abrazamos con el cuerpo, con el alma. Abrazos eternos, sin fin. Gracias amigos, sin ustedes no hubiera podido. Hasta la próxima montaña, hasta la próxima aventura. Ahora, ese volcán, difícil, arisco, complejo como la vida misma, nos une profundamente.
Marcelo Leone