Por nuestros compañeros: Judith Aldana, María Belén Vizcarra Páez, Juan Manuel Rodríguez, Fátima Lucero, Ibonne Tucznio y Silvia Lomáscolo
Quien no llega, también llega
Salimos desde Yerba Buena a las 6 de la mañana del viernes 17 con Ibonne y Fáti y poco antes de las 9 empezamos a caminar desde El Infiernillo. Soleado, sin una nube, hasta hacía calorcito.
A las 14 llegamos a la vega. Convergimos ahí dos grupos que íbamos: Judith, Belén y Juanma por un lado, Ibonne, Fati y yo por otro. Con planes ligeramente diferentes, pero con el mismo objetivo: hacer Alto de la Mina y las otras 3 mal llamadas cumbres, tal vez sumar El Negrito. Pronto los planes se unieron para salir al día siguiente hacia nuestro destino.
Salimos a las 7 de la mañana del día 18, a oscuras y con mucho frío. Un toque nublado y con viento. El sol no llegaba a calentar ni a media mañana. Pasamos la Laguna de Huaca Huasi (La casa de los espíritus, en quechua) a las 8:30 aproximadamente. Completamente congelada, como todas las vegas alrededor.
Al llegar a la base de Isabel, la primera “cumbre”, la vega que cubre la quebrada estaba completamente congelada. Por ahí había que subir. Las partes sin hielo estaban ladera arriba y se veía escarpado. El grupo decidió que no valía el riesgo. Fuimos por abajo revirtiendo el recorrido, para subir al Alto de la Mina o hasta donde llegáramos. La vuelta fue larga y las “cumbres” quedaron fuera del alcance: si intentábamos llegar al Alto de la Mina, con el frío y el viento, la vuelta al campamento iba a ser casi de noche.
Almorzamos con una vista alucinante del Mala-Mala, y volvimos. Con avistaje de cóndores y guanacos cerquita, llegamos al campamento a las 17:30, cansados de 10 horas de caminata, yo algo frustrada, confieso. Una bebida caliente y temprano a descansar, masticando la pregunta de qué había pasado, cómo mejorar un próximo intento, y también el disfrute de los paisajes y la caminata.
Al otro día, el 19 nos levantamos con el sol, desayunamos disfrutando la mañana soleada, y bajamos al Infiernillo en 2 horas y media. Ahí terminó la salida. Hizo mucho frío, no dormimos bien, las piernas dolían del esfuerzo del segundo día de caminata, pero la sensación era que me llevaba más de lo que había traído. Paisajes que se guardan en un bolsillito del alma. También, el aprendizaje de manejar la ansiedad por lograr un objetivo, y poner la seguridad primero. Así, nos aseguramos de que disfrutaremos ese recorrido una próxima vez. La frustración transformada en ganas de volver a intentar y la cabeza centrada en formas alternativas para hacerlo.
Silvia Lomáscolo