Por nuestros compañeros: Alicia Carolina Peña, Juan Manuel Rodríguez y María Belén Vizcarra Páez
Por: María Belén Vizcarra Páez
Peregrinos de Montaña
El fin de semana largo de octubre nos sorprendió en su proximidad y, la ya recurrente pregunta ¿qué hacemos este finde? se respondió con: La travesía Ciénaga- Anfama.
Volver a “Cuatro Cumbres” no era una opción, pues Judith tenía planificado un viaje; así que, la idea de hacer el itinerario Ciénaga-Anfama hasta El Siambón, muchas veces tirada al universo cual plegaria que espera ser respondida por los tiempos de la montaña, encontró su respuesta para estas fechas.
Entonces había que ponerse en acción y resolver efectivamente todas las incertidumbres que se presentaban. Por empezar, con Juan solo conocíamos hasta la escuelita de La Ciénaga, por eso había que solucionar el tema de conseguir el track o bien invitar a otras personas que hayan caminado antes esos senderos. Por otro lado, la idea de ir livianos de equipaje encontró el primer obstáculo cuando desde Rasguido, en Anfama, me contestaron que estaban sin lugar porque ese fin de semana esperaban la peregrinación con la Virgen de los Cerros que subía desde El Siambón. En medio de toda esta improvisación cruzamos mensajes con Caro y ella se sumó sin dudarlo, aunque, también conocía solamente hasta La Ciénaga.
Con paciencia esperamos que Sofía conteste sobre los lugares disponibles en la escuelita de La Ciénaga y; mientras tanto, cerrado el grupo en tres, me puse en la misión de conseguir el track puesto que lo único seguro que teníamos hasta ese momento era salir el viernes en el primer colectivo a Tafí del Valle y que el domingo debíamos estar en la ruta 341 antes de las 19, horario del último colectivo a San Miguel de Tucumán.
Es aquí donde quiero resaltar la contención y apoyo de la Asociación: consulté con varios miembros por el track y ninguno dejó de responder a nuestro pedido; incluso, como es por muchos conocidos lo afectuoso que es, Fer Carrizo nos envió este mensaje “Esa senda es fantástica, tiene una vista espectacular de las Cumbres Calchaquíes y luego de Anfama, Cabra Horco, Sierras de San Javier y la llanura tucumana, la senda está bien marcada”. Indudablemente lo sentí como el impulso de seguridad para entrar en contacto con nuestras montañas queridas.
Bajamos en la terminal de Tafí del Valle, con la seguridad que esa noche descansaremos en la escuela de La Ciénaga y con el deseo de comer un buen pan casero. Deseo manifestado en el taxi que nos llevó desde la terminal al comienzo de la senda y que el señor taxista nos ayudó a cumplir cuando paró a un repartidor de bollos recién horneados (es mucho pedir que existan en mi barrio). Quedará inmortalizada en mi memoria la sonrisa de Juan al sentarse con el pan y decir “Uds no saben el olor que salía de ahí adentro”. Lo escribo y todavía puedo sentir en mis manos el calor a través de la bolsa, el aroma que colmó cada espacio de ese auto y el sabor crocante del pedacito que cortamos para probar en el momento.
El estado del tiempo era inmejorable. Comenzamos a caminar con la calidez del sol que abrazaba nuestros pasos y los de 6 personas más que iban en otro grupo. Con el correr de las horas, cada vez más cerca de nuestro destino para ese día, el viento intenso nos hizo llevar fuertemente sujetas las gorras que, al mínimo descuido, se volaban. Hasta que finalmente vemos a lo lejos la Escuela de La Ciénaga, un lunar en ese valle que por momentos hace de punto de encuentro para todos los peregrinos de montaña que transitan esas sendas. El alivio de saber que estamos llegando, sumado al hambre que cargamos a esa hora, nos hacen apretar el paso para alcanzar rápidamente nuestra meta. Antes de dar un paso más por la galería de la escuela, descolgamos de nuestros hombros las mochilas e inauguramos la primera de varias comidas comunitarias que tendríamos por delante durante estos días.
A continuación, nos sentamos a ver llegar más caminantes. Sabíamos que este fin de semana, el lugar iba a estar concurrido por la procesión que subía desde El Siambón, lo que no me imaginaba es que también desde Tafí del Valle la compañía sería abundante. Mientras terminamos de comer, llegaron las 6 personas que iniciaron la mañana con nosotros; luego llegó Diego (un ser totalmente generoso, amigo de Caro) con la noticia que se venía un “malón” de más de 30 personas. Y, además, la nieta de la señora Hilda nos confirmó que para el albergue tenían que llegar 14 personas más. Resultó que ese “malón” era un grupo integrado por alrededor de 70 personas entre alumnos y profesores de la Facultad de Ed Física.
Una vez instaladas nuestras mochilas en las habitaciones, el mástil en el patio se convirtió en el lugar de reunión e intercambio de esta comunidad; la hora del mate fue la excusa para compartir: experiencias, anécdotas y pan casero con queso de Tafí del Valle, ofrecido por Diego. También fue el momento donde casi caemos en la tentación con Caro: en uno de los grupos se generaron dos vacantes para el hospedaje en Anfama y nos invitaron a ocuparlos; qué atractiva la idea de la comodidad de una cama. Pero somos un equipo y teníamos un plan que no incluía dejar solo a Juan con la carpa; además ya aprendí a escuchar mis instintos de no cambiar de idea salvo que sea muy necesario.
Caro propuso guiso de arroz para La Ciénaga y yo sopa para Anfama. Creo que nunca cocinamos un guiso tan rico y como agradecimiento a Diego por el queso, lo compartimos entre cuatro.
A la mañana siguiente salimos a las 9 para Anfama, casi en caravana con el grupo de educación física y los 12 que iban a Doña Petrona. El camino, a través de juegos, apuestas perdidas y otras ganadas, nos fue enseñando la majestuosidad de nuestros valles calchaquíes, cada tanto custodiados por sus guardianes los cóndores. En lo personal aclare la confusión que tenía sobre la ubicación del Bayo y El Negrito.
Hasta que, por si fuera poco, lo que veníamos viendo, el camino se abre en una ventana donde tenemos la vista privilegiada de los valles, por un lado, más Anfama, el Cabra Horco y las sierras por el otro. Los ojos, codiciosos de la belleza que nos rodea, parecen no cansarse y el cuerpo desborda de felicidad.
Con el descenso, el cambio de la vegetación se hace más notorio y observamos de cerca cactus florecidos, mientras que los valles van quedando a nuestras espaldas. Llegando a Anfama conocemos a la famosa Doña Petrona que tanto nombraron la noche anterior; seguimos avanzando hasta el río para tomarnos un descanso y a meter los pies en el agua, aunque el juego de niños no terminó ahí, inmediatamente después, nos esperaba el puente colgante que a la mayoría nos divierte atravesar.
Caminamos una hora más hasta que la peregrinación proveniente de El Siambón nos encontró mientras nosotros llegamos a la escuela de Anfama. Nos dijeron que en la escuela no se podía acampar, además el agua que salía del cañito tenía un color dudoso. Por consiguiente, había que resolver donde armar la carpa. Creo que el camino nos enseña a negociar con los compañeros y con uno mismo para intentar tomar la mejor decisión; y además, en otros casos llega alguien dispuesto a refugiar a extraños, como nos pasó con uno de los conserjes de la escuela que nos dio lugar para armar la carpa bajo techo y agua caliente para el mate.
Mate que tomamos esa tarde con la mejor de las vistas de lo que creemos es Mala Mala y, por la noche mientras comíamos la picada que reemplazó a la sopa, nos sorprendió ver un unicornio. Si, un unicornio, pero es una anécdota que vamos a guardar.
El domingo partimos a la 9, con el cielo cubierto de nubes que no dejaban asomar del todo al sol, y siguiendo las huellas de un señor que iba adelante, llegamos a la Junta donde el ambiente se llena del ruido de los ríos y el camino se divide, de un lado Anfama, por el otro La Hoyada.
Atrás quedaron los Valles, las laderas sembradas de cactus con flores y por delante nos esperan los 8 tramos del Río Grande por atravesar. Uno de los últimos cruces del río parece invitar a una jornada de tranquilidad con reposeras y cerveza enfriándose en sus aguas; pero debemos seguir y dejar el plan para otro día cuando tengamos las cervezas.
Llegamos a la ruta 341 minutos antes de las 14. Creo que, si lo hubiésemos planeado mejor y con más tiempo, no habríamos tenido tan buena coordinación con los horarios del colectivo. El trayecto a San Miguel está compuesto por silencios y remembranzas de los últimos días, el esfuerzo y cansancio se asientan en nuestros cuerpos, mientras la piel está cubierta por la fuerte mascarilla mezcla de tierra y protector solar. Paralelamente el espíritu está iluminado por los lindos encuentros entre compañeros de la montaña y con la geografía de nuestra provincia. Solo queda buscar lugar donde comer y festejar por las sendas tucumanas.
Para concluir, si llegaste hasta aquí, me gustaría compartir una reflexión en la que coincidimos con Juan y Caro: siendo conscientes que nuestros padres nunca transitaron estos lugares, concordamos en que todos los tucumanos deberían conocer estos rincones de la provincia y tal vez nuestra misión sea contagiar a más personas a que hagan esta travesía, siempre desde la conciencia, cuidado y respeto por la naturaleza; y al mismo tiempo relacionándose en comunión con los habitantes de la zona.
Dedicado a La Yoli (mamá de Caro), a los padres de Juan y a mi mamá.