Expedición realizada por nuestro socio: Carlos Marcelo Bustos
Mi primer contacto con el Volcán Tuzgle, fue escuchar a nuestra compañera Ibonne Tucznio hablar sobre esta montaña en alguna de las salidas que compartimos. Recuerdo claramente que su nombre me resultó curioso: Tuzgle.
El tiempo pasó, y la idea de este viaje fue, literalmente, un plan B. Revisando desde el inicio de octubre y casi a diario el pronóstico del Clavillo, mi deseo de un tercer intento en este 2024 a mi amada montaña se comenzó a desvanecer a causa de las tormentas en ella. Y sin pensarlo demasiado, apareció el Tuzgle como una aventura sucedánea. Le comenté la idea a David Elsinger, hermano y compañero de tantas aventuras, pero algunos días antes decidió que no iría. Por ende, sería entonces una aventura en solitario. La planificación de todo el viaje fue otra aventura en sí misma que disfruté plenamente: qué rutas tomaría, cálculos de combustible y dinero, dónde haría el campamento base, cuánta agua llevaría, qué comidas, reservar el hospedaje para mi vuelta a San Antonio de los Cobres donde pasaría dos noches, revisar el pronóstico, ver videos en Youtube, leer relatos en internet, y un largo etcétera.
Así las cosas, mi plan fue salir de Concepción el día jueves 31 de octubre. Alrededor de las 6:20 de la mañana encendí el motor del auto, y así comenzaba este viaje que sabía, sería de muchas primeras veces: primera vez manejando tantos kilómetros en solitario, primera vez pisando suelo jujeño, y si todo iba acorde a lo planeado, mi primera cumbre por encima de los 5.500 msnm.
Tal como lo tenía previsto, y pasadas las 11 de la mañana, en Salta capital paré para que motor y conductor del auto descansaran. Cargar combustible, comer y tomar algo, avisar a mi Hermano Carlitos que ya estaba en Salta, revisar el pronóstico. Un descanso de alrededor de 30 minutos y a continuar camino.
En la ciudad de Campo Quijano, unos 30 km de la capital salteña, me detuve en un control policial. El oficial a cargo, luego de preguntarme hacia dónde me dirigía y con mucha educación, me preguntó si podía llevar a su compañero hasta San Antonio de los Cobres. Le respondí que sí, que no había problema. Unos momentos después y ya dentro del auto, el oficial me agradeció y se presentó: Cristian Quipildor. Así, el viaje de esos 134 km se hizo más ameno, entre charlas sobre la vida de cada uno, anécdotas, demás cosas que uno conversa en un viaje en auto. Me detuve en dónde él me indicó, y antes de bajar me dijo: “Sé que usted va a llegar a la cumbre del Tuzgle”. Me sorprendió la firmeza de sus palabras, y solo atiné a estrecharle la mano, sonreír, agradecerle y despedirme.
Luego entré a San Antonio de los Cobres, y estacioné. Eran alrededor de las 14:50 y me comuniqué nuevamente con mi Hermano. Revisé por última vez el pronóstico y decidí seguir camino hasta la base del Volcán, lugar que elegí para armar campamento.
Los kilómetros que separan al Volcán de San Antonio de los Cobres, según Google Maps, son unos 36. Sin embargo, dado el estado de los caminos y porque se hace necesario manejar cuidando al vehículo, me llevó unas 2 horas llegar hasta el lugar que elegí como base. Querría escribir sobre los paisajes que uno va descubriendo, pero sería larguísimo. Sólo decir que mis ojos se maravillaron con los colores y las formas de las montañas, y lo que iba encontrando a medida que, bien despacio, mi auto dejaba tierra salteña para adentrarse en terrero jujeño: la mina Concordia y su cementerio; ruinas de lo que imagino antaño habrán sido otras minas de vaya uno a saber qué mineral, el viaducto de La Polvorilla, unas casitas al costado del camino, y la mítica Ruta Nacional 40, que a veces se bifurcaba en lo que estimo es/era el lecho de algún río. Un paisaje de ensueño.
Cierta ansiedad comenzó a despertarse dentro mío, pues el tiempo pasaba y seguía sin lograr ver el Volcán. Hasta que en un momento divisé la inconfundible mole de piedra, a mi mano derecha, con su peculiar mancha de lava solidificada de color marrón oscuro. La imagen de un grupo de guanacos cruzando la Ruta 40 delante de mi auto y luego deteniéndose a ver mi paso fue una de las imágenes más hermosas que me regaló la Naturaleza.
Salir de la Ruta 40 y tomar el desvío que lleva a la montaña (marcado con una apacheta bien visible), y cuán grande fue mi sorpresa cuando tuve que detener el auto porque delante mío un portoncito de caños metálicos oxidados más por el olvido que por el paso de los años, estaba cerrado impidiendo el paso. Curioso peaje. Cauteloso, me acerqué, y por las dudas, a quien correspondiera pedí permiso para abrirlo. Nuevamente en el auto, y seguir subiendo hasta encontrar el lugar en donde decidí que armaría mi campamento.
Antes de bajar, tomé el teléfono. Eran las 17:04, lo que me indicó que tardé unas 11 horas desde Concepción. Gaia me indicaba que estaba a 4.469 msnm. Respiré profundo y con tranquilidad bajé del auto. El Volcán iluminado completamente, el contraste entre el color de la montaña y lo azul de cielo, el sonido del leve viento que corría, algunas pequeñas aves que iban de aquí para allá entre las piedras… el premio natural que sentimos lo que vamos a la montaña para, sencillamente, contemplar ese misterio que llamamos Naturaleza.
Sin pausa, y sin prisa, preparé el campamento. Terminé casi a las 18:00 hs. y aprovechando el buen clima, decidí caminar por la huella que debería recorrer en algunas horas más, a modo de estirar las piernas y conocer un poco la montaña. Cayendo el Sol, volví al campamento a merendar, a preparar las cosas necesarias y me dispuse a leer hasta la hora de la cena. Finalmente, mi estómago me hizo saber que no quería cenar la sopa que había llevado así que opté por comer algunas galletas y prepararme para dormir.
A medianoche, las luces de relámpagos y las ráfagas de viento me despertaron. En un primer momento, pensé que llovía, pero cuando abrí la puerta de la carpa, la cual estaba justamente orientada al Tuzgle, contemplé otro de los regalos de la Naturaleza: en la oscuridad de la noche, la silueta negra del volcán se distinguía claramente, recortada en un cielo que jamás recuerdo haber visto con tantísimas estrellas. Y hacia la base de la montaña, la misma se iluminaba con el resplandor de los relámpagos de la tormenta que, comprendí un par de días después, cayó en Salta capital, e incluso en Tucumán y Santiago del Estero. Allí me quedé, disfrutando en silencio y soledad del espectáculo, pensando en lo maravillosa que es la Naturaleza, y en cuánto nos pasamos por alto mientras nuestras vidas trascurren entre el cemento y el concreto de las ciudades que habitamos.
Como siempre, mis noches en la montaña discurren entre dar mil vueltas dentro de la bolsa de dormir, dormitando de a ratos, y permaneciendo despierto otros tantos. Así, la alarma del teléfono sonó a las 04:30 hs. del viernes 1 de noviembre, pero me encontró ya despierto. Sin pensarlo demasiado, salí de la bolsa. Sentir hambre y el deseo de comer fueron un buen augurio, por lo que, sin desperdiciar minutos, me dispuse a desayunar.
A las 05:30, hora a la que había definido, me dispuse a comenzar el intento de cumbre. Aún no había nada de luz, no corría viento, la temperatura la sentí perfecta, mi cuerpo se sentía perfecto.
Las primeras dos horas fueron por el camino de las 4×4, una huella muy bien consolidada y muy sencilla de transitar; me llamaron la atención las huellas de vehículos que parecían ser recientes, y que al parecer y por lo que David me comentó después, eran de una expedición militar que estuvo en el Tuzgle uno o dos días antes. Cuando las primeras luces en el cielo comenzaron a aparecer, el espectáculo natural fue soberbio. La puna despertándose en su fascinante quietud y silenciosa magnificencia. El primer descanso lo hice a las 07:08 y Gaia me indicaba que estaba a 4826 msnm. Mi cuerpo se sentía muy bien por lo que decidí descansar un par de minutos nada más: comer algo, hidratar y seguir camino hacia arriba.
Un poco más adelante comencé a ver huellas de pisadas de personas, que en algunas curvas del camino se salían de él, a modo de “cortadas” en el ascenso. Evalué. Y me decidí a, en algunos casos, cortar camino estaría bien. Más adelante, comprobé que era mi primera vez subiendo por un acarreo de piedras pequeñas y que el esfuerzo en ese tipo de terrenos es diferente. Ya para esta parte, la montaña comenzó a imponer otras condiciones. Aparecieron nubes que cubrían gran parte del cielo, y comenzó a soplar un viento que se sentía seco y helado. A las 07:50 Gaia me indicaba que estaba en los 5.024 msnm. Pero mi cuerpo seguía sintiéndose como estando en el campamento base.
A estas alturas pude ver las ruinas de la mina, que entiendo, se llamó “La Betty”, y que está a casi 5.100 msnm. Viendo las condiciones, sintiendo cierta incertidumbre respecto de clima, decidí seguir camino, y que, a la vuelta, iría a caminar por esas ruinas. Alrededor de los 5.200 msnm, descansé un par de minutos y comencé a evaluar si apegarme al track o subir por un donde mis ojos estaban mirando, que era una vía más empinada, pero más directa. Finalmente, decidí no improvisar en subida y apegarme al track. Sentí alivio cuando más adelante la pendiente se suavizó y el camino se transformó en una especie de faldeo sin complicaciones, aunque no duró demasiado.
Llegando a los 5.300 msnm la huella se perdió, y al ascenso se endureció: todo fue encontrar camino pisando sobre piedras hasta alcanzar los 5.400 msnm entre el frío viento que por momentos llegaba en ráfagas relativamente fuertes y el cielo que seguía mayormente cubierto de nubes. Llegar a los 5.400 msnm a las 09:37 hs. y encontrar lo que en mi mente se antojó llamarle “una planicie” fue un nuevo alivio.
Y es aquí que, visto a la distancia, apareció el gran escollo. Mi propia mente. Las nubes seguían tapando al Sol, al que podía ver como un disco enceguecedor si alzaba la vista al cielo; el viento no menguaba y las ráfagas eran fuertes; mis pies sentían el rigor del frío en cuanto me detenía. Comencé a tener cierta incertidumbre de si esas nubes, aunque no lo parecían, podrían significar tormenta. La cumbre estaba ahí, a menos de 100 m de desnivel. En mi mente comenzó a tomar fuerza la idea de regresar. En toda esa marea de pensamientos, y con los ojos fijos en la cumbre, me forcé a ser racional: sabía que estaba llegando a los 5.500 msnm y que físicamente me sentía en muy buena forma; agua y comida, me sobraban; abrigo, tenía una capa más dentro de la mochila; tiempo, aún no eran las 10 de la mañana. Luego de ordenar los pensamientos me dispuse a seguir caminando, paso a paso, sabiendo que podría descansar cuando sintiese que era necesario. Y la cumbre apareció a las 10:12 hs. Todo fue emoción al acercarme a la apacheta que simboliza materialmente el logro de llegar a lo más alto de la montaña.
Voy a recordar la cumbre del Volcán Tuzgle como uno de los lugares más hermosos en los que estuve. La vista desde allí es increíble. Con una vuelta de 360° basta para comprobar que uno está rodeado de montañas. Luego de contemplar, grabar y tomar algunas imágenes, solo atiné a dejar la mochila y los bastones apoyados en la apacheta y sentarme sobre una piedra para que, más temprano que tarde, la maraña de emociones y sensaciones afloraran en forma de lágrimas y recuerdos, sobre todo de personas: mi Mamá, mi Papá, Mi Hermano Carlitos, mi gran compañero y hermano de la vida, David. Y todo fue agradecimiento y gratitud.
Por las condiciones en la cumbre, decidí comenzar el descenso luego de estar unos 30 minutos. Me quedaban por conocer las ruinas de la mina y experimentar el descenso por los acarreos. Sentirme niño bajando por ellos, otra de las emociones del viaje.
A las 13:40 hs estaba de nuevo en el campamento, no cabiendo en mi propio cuerpo de tanta alegría, porque el objetivo lo había cumplido y de una mejor manera que como lo había planificado; y porque sabía que luego vendrían momentos de repasar lo vivido y aprender mucho más aún. Porque siento que, justamente entre las grandes cosas que nos brinda la montaña, está la oportunidad de aprender, que no es poca cosa.