Más allá de la cumbre: lo que enseña la montaña
Relato de Giuliana Domínguez.
Salida de socios: Ibonne Tucznio, Natalia Dahud, Facundo Suárez, Judith Nieman y Adrián Domínguez
Estos últimos tres días observé más de lo que vi en toda mi vida, estoy hablando de la realidad de las personas que viven alejadas de cualquier estímulo de lo que nosotros llamamos cotidiano. Desconectar un rato de las redes sociales y llamados mundanos, no solo ver, si no, observar, sentir, vivir, compartir y escuchar, poder empatizar con los las personas del lugar y la dura realidad que habitan. La historia que más me impacto es la de una maestra que lucha por sus dos únicos alumnos en la escuela número 367 del puesto de La Hoyada.
La travesía en la cual descubrí un pedacito increíble del mundo empezó el día viernes 12 de septiembre a las 14:25, éramos 6 personas con una meta en mente: poder llegar a Chaquivil. acompañada de Ivonne, Judith, Naty, Facundo, mi padre Adrián y yo Giulli, emprendimos este viaje que nos enseñaría más de lo que pensamos.
Algo que resuena siempre en mi cabeza es que la “cumbre” o “el objetivo” no es lo importante, lo que verdaderamente vale es el esfuerzo, las frustraciones que nos hacen querer abandonar, lo que uno aprende, las pequeñas cosas buenas y malas que al final forman experiencias inolvidables.
Durante el camino fuimos conversando entre todos y el ambiente era súper agradable, cruzamos ríos y admiramos el regalo de la naturaleza, la forma en que las ramas se entrelazaban entre sí y dejaban una obra de arte natural verdaderamente admirable, los brotes que anunciaban la pronta llegada de la primavera, y agradeciendo lo afortunados que somos al poder recorrer todo esto. En el camino nos encontró un perrito el cual nos empezó a seguir y nos acompañó valientemente durante toda la travesía, en el camino también cruzamos pobladores del lugar, que realizaban sus vidas diarias.
Después de horas de caminata finalmente llegamos a nuestra parada, el puesto la Hoyada luego de unas cuantas vueltas buscando el lugar donde íbamos a pasar la noche llegamos al hogar de Gabriel Arce, un lugareño de aspecto joven, él nos recibió cálidamente y nos mostró las habitaciones en las cuales íbamos a dormir, luego de instalarnos nos dio el llamado de que la merienda estaba lista, en la pequeña mesa del comedor se encontraban tazas servidas con mate cocido calentito y una panerita repleta de bollo caliente, amablemente nos trajo sillas improvisadas para que tomemos asiento, y nosotros con el hambre que portábamos comimos felizmente. La sensación de merendar mate cocido casero con bollito calentito es inigualable, transmite un sabor a nostalgia, a hogar, y amor, esta comida tan simple comparte cultura y tradición, si bien no hay excesos o lujos, lo que sobra es una abundancia de algo más profundo: la generosidad de quien ofrece lo que tiene y lo comparte sin dudar. Cada sorbo y cada bocado me recordaban que la comida no solo nutre el cuerpo, también alimenta la memoria y el alma.
Con la panza llena y el corazón contento los seis tras la merienda seguíamos sentados en la mesa cercanos al fuego, pero esta vez compartiendo anécdotas y vivencias personales, las risas nunca faltaron y así se nos pasaron las horas: charlas tras charlas …
Conversando un poco con Gabriel descubrimos que el tan solo tiene 21 años, y a su corta edad él tenía un sueño, poder compartir y acondicionar su hogar para recibir montañistas y viajeros bajo su techo.
En medio de un contexto en el que los ladrillos de barro y la sencillez del entorno parecieran marcar límites, Gabriel demostraba todo lo contrario: que aun en las situaciones más difíciles, se puede crear belleza. Su cocina (razón de muchas felicitaciones por parte de mis compañeras) era prueba de ello; sencilla pero hecha con ingenio y cariño. Había una barra improvisada a partir de botellas de vidrio, una chimenea que daba calor al ambiente y plantas que parecían devolverle vida y frescura al espacio. Todo estaba impregnado de ese orden que no nace de la abundancia, sino del cuidado y el amor por lo que se tiene. Y eso, más que cualquier lujo, transmitía hogar.
Al caer la noche cenamos empanadas preparadas por la pareja de Gabriel, Lía (La cual debo decir que tenia un cabello hermoso) las empanadas eran fritas y de pollo, estaban super ricas y comimos bastante.
Finalmente, ya alimentados, y con perspectivas nuevas de la realidad de las personas en la montaña, nos quedamos con una certeza: la esperanza florece incluso en los lugares más sencillos. Todos coincidíamos en la admiración hacia Gabriel; su fuerza, sus ganas y su compromiso eran un recordatorio de que las personas también puede construir futuro aun con pocos recursos materiales. Su casa, levantada con esfuerzo y creatividad, era más que un hogar: era un proyecto de vida en marcha. Y nosotros, como montañistas, nos llevábamos no solo la calidez de su techo, sino también la inspiración de saber que, con trabajo, ganas y amor, siempre es posible abrir caminos hacia adelante.
Al siguiente día al despertar afortunadamente ya contábamos con el desayuno en la mesa, comimos y preparamos la mochila para seguir el viaje, nos tomamos una foto con Gabriel y de paso descubrimos que éramos las primeras personas que el recibía en su hogar, saber eso marco todavía mas la experiencia de poder haber compartido con él.
En el camino pasamos por la escuelita de allí, que llevaba el numero 367. Primero nos detuvimos a sacar una foto a su entrada y para nuestra grata sorpresa estaba allí la directora del establecimiento, su nombre era Sandra, ella al principio se demostraba recelosa de nuestra presencia, luego de un poco de charla y entrada mas en confianza nos invito a pasar, lo cual con gusto aceptamos. Entre conversaciones nos conto que ella cumple función de profesora y directora, y que la escuelita solo cuenta con dos estudiantes.
La historia de Sandra nos conmovió profundamente. En aquel edificio oculto entre montañas descubrimos que ella llevaba sobre sus hombros mucho más que la doble tarea de directora y maestra: sostenía la vivencia del lugar. Su escuela, que hoy cuenta con apenas dos alumnos, se mantiene abierta gracias a su decisión de resistir frente al abandono y las presiones de quienes preferirían verla cerrada. Nos contó que los jóvenes se van porque allí no hay oportunidades de trabajo, que la población se va apagando poco a poco y que la falta de políticas reales los deja casi en soledad. Sin embargo, ella se aferra a esos dos chicos como a un motivo de vida, y se prepara para jubilarse el mismo día en que ellos egresen. Nos confeso de su preocupación por el futuro incierto de la escuelita, por el destino de ese espacio que tanto cuidó, pero también esperanzada ella pidió que, si algún día se la ocupa para otra cosa, al menos quede en manos de la gente del lugar, de quienes realmente la necesitan.
Al recorrer las aulas, lo que más nos impactó fue descubrir que, a pesar de las carencias, la escuela estaba llena de amor. Las paredes hablaban por sí mismas: afiches de colores, dibujos, carteleras, todo hecho a mano y con dedicación. Cada rincón transmitía la calidez de quien entiende que enseñar no es solo impartir conocimiento, sino también crear un refugio, un espacio donde los niños se sientan parte de algo más que ellos mismos. La huella de Sandra estaba en cada detalle, en cada pequeño gesto de orden y creatividad que convertía ese sitio humilde en un lugar vivo.
Y como si eso no alcanzara, también nos compartió con entusiasmo su nuevo proyecto: levantar una capilla en la comunidad, con la ilusión de inaugurarla el 12 de octubre., Esperando que atraiga a más personas, y que el pueblo vuelva a florecer. Escucharla fue un recordatorio de que la esperanza, aunque frágil, puede ser un acto de resistencia; y que, a veces, la verdadera grandeza se encuentra en esos héroes silenciosos que, con amor y compromiso, mantienen encendida la llama de la vida en los lugares donde todo parece apagarse.
Después de esta reveladora charla que tuvimos con ella, partimos el viaje hacia nuestro destino, creo que todos mis compañeros habían sentido este sacudón interno sobre las distintas realidades, personalmente después de todo lo que escuché y vi, sentía que algo dentro de mí había cambiado. Fue como si esa tarde en la Hoyada me hubiesen sacado de la rutina en la que suelo estar atrapada y me obligaran a mirar la vida con otros ojos. En el día a día, muchas veces uno se frustra o se preocupa por problemas que, en comparación, a la realidad de estas personas no son nada, comprendí que existen dificultades mucho más profundas y reales, y aun así ellos encuentran motivos para seguir, para trabajar, para resistir y para compartir lo poco que tienen con amor. Esa revelación me acompañó en silencio durante el resto del viaje: cada paisaje, cada paso en la montaña, traía de nuevo a mi mente lo que habíamos escuchado y vivido. Fue una experiencia fuerte y transformadora, que me enseñó que a veces uno necesita salir de su comodidad para recordar qué es lo verdaderamente importante.
Saliendo de la Hoyada continuamos con el viaje a Chasquivil, seguimos cruzando ríos, admirando los hermosos paisajes, acompañados de un buen tiempo, caminando, y siguiendo para adelante. Con la visión completamente renovada el trayecto no fue tan duro, entender que había personas que realizaban el mismo camino días tras días fue una inspiración para poder completar el objetivo. Si bien sentíamos ese tirón bastante largo, después de mucho esfuerzo pudimos completarlo y llegamos a nuestro destino. Debo de admitir que en el ultimo tramo nos perdimos un poco y por una casualidad de la vida u otra nos encontramos con un par de personas en caballo y les pedimos un par de indicaciones, para nuestra sorpresa ese señor que iba montado era Cayetano acompañado de su hijo, el resulto ser el dueño del hogar en el cual íbamos a pasar la noche, así que el mismo nos dio la indicación de como llegar a su casa, la vida nos había mandado un ángel (dato de color, el hijo de Cayetano se llama Ángel)
Al llegar al hogar de Cayetano nos sorprendió a todos la belleza del lugar, el rio recorriendo las montañas, los brotes recién saliendo con ese particular verde manzana, los distintos animalitos pastando a lo largo del terreno y una junta de factores que regalaban la sensación de estar dentro de un cuadro. En la casa nos recibió la señora de Cayetano, amablemente nos mostró las habitaciones y se puso en marcha para amasar un bollo para la merienda, mientras, nosotros nos cambiamos la ropa mojada y nos preparábamos para ir a disfrutar junto al rio las pocas horas de sol que nos quedaban. Todos allí estuvimos un rato en el arroyo mientras tomábamos mates y comíamos pancito con mortadela. A todo esto, el perrito que nos encontró el primer día seguía con nosotros y también comió unos pedacitos de mortadela. El sol se iba ocultando y el frio comenzaba a entrar, antes del ultimo rayo de sol nos tomamos unas fotitos todos juntos para recordar ese momento.
En el comedor con la merienda servida, disfrutamos del sabor casero del pancito y de nuevo, de el mate cocido, seguimos charlando entre todos, y al terminar por turnos entramos a ducharnos. Finalmente, de cenar nos sirvieron una especie de locro de maíz que estaba sabroso y reponedor, luego de la comida firmamos el libro de visitas, por último, nos acostamos a dormir ya que mañana a primera hora salíamos de nuevo para la ciudad…
Nuestro ultimo día de esta reveladora travesía comenzó a las 7:00am, desayunamos y partimos hacia nuestro regreso, nos esperaban 30km de caminata hasta donde habíamos dejado los autos, nos despedimos de Cayetano y su mujer y emprendimos el rumbo acompañados de nuestro fiel acompañante el perrito, por suerte al ser todo bajada no nos costo mucho.
Me gustaría hace una mención especial a nuestro acompañante perruno, el cual nunca nos abandonó, y de hecho nos sorprendió el instinto de protección del mismo, en uno de los cruces en el cual el agua me llegaba hasta arriba de la rodilla, nuestro acompañante no podía pasar, así que lo cargamos, llamo la atención el hecho de el perrito se quedo en la orilla lloriqueando un poco hasta que vio pasar a todo el grupo, el no avanzo hasta que nos vio del mismo lado, al parecer siempre estaba esperando que estemos todos juntos para seguir el camino, como siempre los perritos son una muy buena compañía en la montaña y estoy agradecida de ello.
Por ultimo llegamos al auto, cansados pero sanos y eso era lo importante, al mirar hacia atrás y repasar todo lo que vivimos en esos tres días, no puedo más que sentir gratitud. Agradecer a mis compañeros, que compartieron conmigo cada paso, cada conversación y cada silencio, porque sin ellos bueno, la experiencia no habría tenido el mismo sentido. Juntos descubrimos que, en la montaña, como en la vida, el verdadero valor no está en llegar a la meta o alcanzar la cumbre, sino en el trayecto que recorremos y en las huellas que ese camino deja en nosotros. En la travesía entendí que las enseñanzas más profundas no siempre vienen de lo grandioso, sino de lo simple: una taza de mate cocido compartida, una cocina construida con esfuerzo, una escuela sostenida por amor. Y así, me quedo con la certeza de que lo importante no es el final, sino lo que aprendemos, lo que nos transforma y lo que llevamos en el corazón mientras caminamos.
Con amor: Giulli Dominguez
Para contactarse con Puesto La Hoyada – Gabriel Arce, podés comunicarte a: 381-2452975






