ASCENSO AL REFUGIO DEL BAYO 13 Y 14 DE JULIO 2019 DE 7 SOCIOS DE LA AAM

TRANSPORTANDO ILUSIONES

A horas 11 del sábado 13 de julio recién pudimos emprender la caminata hacia el Refugio del Bayo. Bajo el fuerte sol del valle, con un viento fresco pero tranquilo. Todo había comenzado rápidamente planeado en la reunión del miércoles pasado. En unos instantes Alberto tiró la idea y de pronto ya éramos unos cinco socios dispuestos a subir al Refugio, cargando unos kilos de cemento cada uno. Ahí en el Puesto de Telecom, ya éramos siete compañeros de montaña dispuestos a llegar al Refugio. Ibonne, Juan Manuel, Héctor, César, Alberto, Enri y yo. Algunos de nosotros apenas conocidos y al regreso hermanados por estas experiencias que nos brinda la Asociación.

      Nos estábamos preparando demorados un poco, por el hecho de que había que dividir una bolsa de cemento de 50 kilos que aún no había sido dividido. Tengo la imagen aún fresca de César en la caja de una de las camionetas detrás del polvillo del cemento que iba siendo pasado a bolsas más pequeñas. De por sí la carga en las montañas implica llevar todo organizado de la mejor manera posible. Ahora se nos agregaba el incluir las bolsitas. Suena loco pero nos unía la alegría de pensar en que lo hacemos por una causa común. Difícil de entender para otros. Resguardar el techado de “Nuestro Refugio” de los poderosos vientos de la montaña.

     En el momento de partir se acercan tres personas y se presentan. Anécdota graciosa e inolvidable. Enri le recomienda a una señora que se disponía a caminar senda arriba que se ponga un poco de protector solar “porque el sol aquí es bravo Señora”. La mujer con una voz pausada responde que sí y agradece. Después nos cuenta que se llama Claudia Arcuri y es miembro de la mítica ATA, que ascendió un par de veces al Aconcagua y que estaba contenta porque no hace mucho habían presentado un libro sobre el Aconcagua. Todo relatado con el orgullo de quienes aman la montaña y dedicaron una vida a ella. Un placer para nosotros compartir unos minutos la charla con Claudia y sus compañeros que iban sólo hasta determinada altura. Así nos vamos encontrando en estos espacios agrestes personas que tenemos una visión diferente de la vida, más alejada de lo artificial.

      Emprendimos el camino que sabíamos iba a ser duro. Casi siempre lo es, pero la carga de unos kilitos extra lo harían más duro todavía. Cabe aclarar que de los siete cinco somos de este último CIM. Para tres de nosotros era el primer viaje al Refugio.

      Breve descanso para almorzar en la Cueva, bajo la gran piedra grafiteada, que algún día habrá que limpiarla. Observamos las enormes rocas al frente de nosotros. Para los que hacen el curso de escalada se vuelve una manera de mirar y explorar por donde subirla. Retomamos el camino y parece que todo pesa más.

      Con los últimos rayos llegamos agotados, pero plenamente complacidos al Refugio. Aprovechamos pese al frío para sacarnos unas fotos bajo la luz tan especial de la tarde. Rápidamente preparamos las bolsas de dormir y calentamos agua. Empiezan a circular los mates con sabor a jengibre, los tés y los panes de campo entre otros alimentos. Eso sería la merienda cena. No se habló más de comida porque el agotamiento y el frío se empezaban a sentir más duro. Las charlas ya dentro de las bolsas fueron reduciéndose hasta que temprano estábamos dormidos.

     Las ráfagas de viento golpearon duro durante la noche. Afuera una luna magnífica le daba un marco especial a la pampita adonde se ubica el Refugio.

     El domingo comenzó temprano para algunos de nosotros que pretendíamos subir a algunos de los morros cercanos antes de ir a buscar el agua. Así Enri y yo llegamos al morro más cercano. Ahí a las 8 de la mañana recibimos al sol despuntando maravillosamente entre las nubes. Encontramos un bote con testimonios del año 2016, Enri me cuenta que el nombre que de ese filo es el “Alto de los Guancacos”.

      Regresamos rápidamente al Refugio y organizamos la marcha en busca del agua. Hará falta la mayor cantidad posible para la obra. Esa tarea nos llevará una hora y media. Al regresar y dejar los bidones llenos sentimos el placer de haber cumplido con nuestra misión. Casi 30 kg de cemento y 30 litros de agua depositados en el Refugio.

     Unos minutos después comenzamos el regreso. Obvio más rápido y notablemente más livianos, caminamos hacia donde estaban los autos. Sin embargo en las pausas nos quedábamos a disfrutar de los paisajes como atraídos por ese imán que ejerce en nosotros la montaña. A la siesta ya estábamos en la YPF de Tafí disfrutando algunos de almuerzos y otros de meriendas. Ahí nomás se iban armando nuevas salidas. Recién descendiendo de una montaña y añorando la próxima.

Mario Acevedo