“Tarde en llegar, y al final, y al final… hay recompensa. . . con nuestra Asociación”
Y la recompensa es para mí, de poder recuperar en mi memoria y en mi cuerpo las sensaciones que me produjeron aquella salida Tafí del Valle- Mala Mala- La Ciénaga.
Ciertamente, había subido a la Ciénaga la semana anterior, pero esa Ana no era la misma. Luego de transitar la tranquilidad de la planicie de aquellos verdes valles, de cielos azules y un silencio inconmensurable, una paz comenzó a desparramarse por mi interior lentamente. Allí mis compañeros de senda… aquí mi paz y yo.
La mochila acusaba unos 12 kilos, la caminata era tranquila y la belleza inmensa. El trayecto inicial camino a Mala Mala, fue un poco dura, en función de mis posibilidades y la inclinación del suelo… podríamos decir que las curvas de nivel eran más estrechas… y por ello la subida más pesada… Pero, la travesía implicaba llegar en horario prudente para hacer cumbre y bajar nuevamente para llegar a la escuelita aún con luz natural.
Y llegamos!!! Santi y Miguel primero, y más atrás disfrutando de la caminata y la charla, Romina y yo. ¡Escribir en el registro de cumbres, sacarnos las fotos que den cuenta de la misma para acreditar el puntaje estuvo genial!!! Llevar objetos especiales e importantes de compañía (Peces de papel, hecho por mis hijos que, por supuesto tienen un valor movilizante, en lo personal) y dejarlos como trofeos también, pero sobre todo sentir que hacemos lo que sentimos y disfrutamos de ser libres, creo que fue lo que nos llenó el alma a todos.
Comenzamos el descenso (no menos difícil que el ascenso) y el sol se fue escondiendo regalándonos un atardecer increíble. En ese instante, mientras el sol jugaba a las escondidas, la luna nos saludaba desde la otra cara del cielo, como una suerte de eclipse desunido que nos demostraba lo maravilloso que es el universo.
La luna nos fue acompañando durante el trayecto, mientras decidíamos si bajábamos por el filo o lo hacíamos siguiendo las sendas, nos encontramos con el cauce del río y las piedras que conformaban ese paisaje montañés que nos deleitaba.
Divisamos las luces de la escuelita, luego de 9 hs de caminar, compartir, almorzar, charlar, reír; y nuestros corazones se sintieron alegres de llegar a “nuestro hogar”, donde el fuego y otros colegas nos esperaban sin saber que llegaríamos, pero con una sonrisa y un vaso de sangría que nos terminó de alegrar el día.
Festejar el cumpleaños de un desconocido y compartir anécdotas con otros locos lindos como nosotros, fue la frutilla del postre de esa hermosa experiencia que fue transitar la montaña con el corazón en la mano y los sueños en las mochilas.
Descansar esa noche y regresar a casa, con la satisfacción del deber cumplido, ese objetivo personal que cada uno llevaba, era la idea. Pero… al llegar al auto, nos sorprendió una goma pinchada y otra vez el trabajo en equipo sirvió para sortear el obstáculo. ¡Rápidamente nos pusimos en acción y descubrimos que los arquitectos pueden ser gomeros, los docentes buenos auxiliares en boxes y las farmacéuticas… farmacéuticas!!! Jajaja.
Finalmente la charla amena entre mates durante la bajada, terminó de demostrarnos que la montaña no es un fin, sino solo un medio para hacernos felices.
¡Feliz cumbre! Llegamos todos a casa!!
Ana Boschetti