Cumplir un desafío – 21 de noviembre de 2020

La Toma, por la senda de la Nina, cruce de caminos, El Portezuelo, El Portezuelo, Cumbre del Taficillo, senda de la Fundición, La Toma

Y bueno, aquí estamos frente a la hoja en blanco, que como diría el gran Ernest Hemingway, es el momento más angustiante para un escritor, ni hablar de lo que nos significa para el resto de los mortales.

De algún modo trataré de ser merecedor de este, nuestro espacio, donde podemos volcar nuestras experiencias vividas en la montaña y poder transmitir, aunque sea un poquito de lo que nos pasa cuando vamos a ella.

Cuando se siente en el interior de uno, el deseo de cumplir un objetivo y de llevarlo a cabo, hay días y momentos en el que permanentemente nos estamos analizando. ¿Es posible?, ¿estoy en condiciones?, ¿sabré bajarme si veo que no lo voy a lograr?, lo haré sin que signifique este desafío un problema para los demás? Aparte, no me gustan los fracasos que se pueden evitar, no me gusta correr riesgos innecesarios, y no tengo muchas opciones de volver a probar

Y esto no es porque el plan sea de alguna significación, sino porque con casi 73 años, sin ser un avezado montañista, solo un poco audaz, tratar de hacer este recorrido tenía su desafío.

Para ello, me basaba en algunas premisas, desde que entré a la Asociación, hace más de 6 años, pasé de no saber nada más de que las montañas estaban ahí, a conocer algo más, pero siempre guiado y confiado en los que más saben en el Club. Pero en estos 6 años, también pude aprender muchísimas cosas, y son las que me sirvieron para emprender este desafío.

Primero, en la montaña no se va a sin conocerse a sí mismo como montañista y como persona y equilibrar bien eso con lo que se va a hacer. Planificar hasta el último detalle, dejar un margen para lo imprevisto y avisar lo que se va a emprender.

Segundo, tener un motivo para hacer lo que se está planteando. Aquí entra mucho lo personal. En este caso para mí, en estas épocas de pandemia, estando entre la población de riesgo y necesitado de seguir haciendo montaña, hemos encontrado que la Sierra de San Javier y el Taficillo, tiene un atractivo especial, sin dejar de destacar la prédica de mi amigo y compañero Raúl González Aguirre, de todo lo bueno que tiene para los montañistas este lugar.

Esta pequeña aventura, tenía el plan de partir de La Toma, encarar por la senda de la Nina Velárdez, llegar a la apacheta de Manuel Garavat, desviarme en dirección sur, llegar al cartel del Parque y tomar rumbo oeste para bajar al Portezuelo, hasta la ruta 340, volver a subir, desandar el camino, llegar a la apacheta, y si las cosas seguían bien, encarar la cumbre del Taficillo, y bajar por la senda de la Fundición, para regresar a La Toma. 30 km. que los tenía que hacer en cerca de 11 horas, con un margen, en el peor de los casos de 1 hora. Evaluaba la alternativa, de que una vez regresado del Portezuelo, abortar el intento y bajar por la senda de la Nina Velárdez.

Las sensaciones en estas 10 horas y 45 minutos que me llevó el recorrido completo, fueron múltiples. Primero no fallarme a mí mismo, cumplir lo planificado, no arriesgarme y volver feliz. Segundo no complicar a mi familia, ni a mis compañeros. Hacer las cosas bien.

El día estaba muy bueno, el pronóstico, así lo anunciaba, con calor, pero sin otra amenaza en la climatología.

Arranqué a caminar, a las 7 de la mañana, por supuesto iba con el track en el teléfono, no soy de los que se orientan fácilmente en la montaña, más bien, soy de los otros, de los que nos podemos perder fácilmente si no tenemos el track, o alguien que nos guíe. Por supuesto a esa hora el bosque era una explosión de cantos y trinos que era una maravilla, había llovido hacía unos días y la vegetación comenzó a reverdecer, lo que mejoraba aún más el paisaje después de esta larga sequía que tuvimos.

Por supuesto cuando uno arranca a caminar está con toda la fuerza y el impulso, lo que me obligaba a realizar lo mejor del día para ese momento, ya que después habría tiempo para ir regulando. Pasé por el puesto de la Nina y seguí hasta la apacheta que empezó a construir Manuel, que indica la unión de los caminos a la cumbre y a los Tanques y el Portezuelo, a las 9 y media, primer descanso y a continuar.

Llego al cartel del Parque, que marca la separación de los caminos a los Tanques y al Portezuelo, encaro para mi destino, que se hace casi una larga planicie que anuncia que el descenso va a ser importante y por lo tanto su re ascenso, lo que me preocupaba, ya que iba a estar cansado.

Una observación que es muy notable, es la diferencia del bosque de la ladera oriental y de la ladera occidental de esa parte de la Sierra de San Javier. La oriental plenamente cubierta del bosque generoso y exuberante, salvo en sus últimos tramos y la occidental con pajonal, árboles espinudos y escasos, y prácticamente sin nada de helechos.

Bajando por la planicie vi a lo lejos un potrero, donde se distinguían un conjunto de vacunos, en la medida que avanzaba la senda me llevaba en esa dirección, todo estaba muy bien hasta que los animales advirtieron mi presencia y comenzaron a inquietarse y a prestarme atención, eso no sería nada, hasta que advertí que uno de los me prestaba atención, era un toro cebú parduzco de más de 600 kilos, le calculaba, y que en la medida que me acercaba, me plantó cara y ahí ya la cosa no se puso tan bien. Me acordaba de los encierros de San Fermín, y me dije a mi mismo, no tengo chances. Hice la del Mostaza Merlo, paso a paso, nos mirábamos y trataba de que la bestia tuviera una actitud acorde a mi accionar, que faltaba que le dijera “Señor Toro soy su amigo”.

Por suerte todo continuó bien y pude continuar por la senda y que, al llegar casi al final, me encontré con un alambrado y una tranquera de la casa de una familia, que no escuchaba mis llamados, así que abrí la tranquera y pasé a reiterar mi pedido de permiso, y la ruta 340 estaba ahí nomás. Llegué a las 11 y media, y para mi sorpresa me encuentro con unos 10 chicos que acababan de bajar del vehículo que los había traído y que iban “para la Antena” del Taficillo. Intercambio de saludos y aclaraciones que no había más antena, de forma muy gentil me sacaron una foto con bandera del club, siguieron su camino, llegué a la ruta y emprendí mi re ascenso, pasé por la familia Guerra, a pedir nuevamente permiso para pasar, saludos y volver a mi camino. Me crucé con los chicos que iban subiendo.

Llegué a la apacheta a las 13 y 30, por supuesto cansado, pero me daba tiempo para ir a la cumbre. Llegué a las 14 y 20, pensaba descansar media hora, pero lo acorté a 20 minutos, que los usé para comer un sándwich, hidratarme, sacar fotos, hacer un pequeño video y emprender el regreso. Y ahí el teléfono se me pone obscuro y no lo puedo recuperar. Entonces me dije “ahora lo tenés que resolver, volviendo sin el track”. Mientras voy bajando, me cruzo nuevamente con los jóvenes que están empezando a llegar, saludo y buenos deseos y a seguir con lo mío.

Ahí lo recuerdo a nuestro compañero Fernando Carrizo, conocedor avezado del Taficillo, con el que había hecho por primera vez la senda de la Fundición, iba atento a la señal de la bajada, que la encontré y después el desvío en la planicie, que era otro punto que me preocupaba. Por supuesto hasta que esto estuvo resuelto me pasaba de todo por lo cabeza, pero lo que más me pasaba era estar tranquilo y resolver las cosas con criterio, y eso, eso es lo que aprendí en la AAM, en la montaña.

Seguí mi camino, por la senda y de vez en cuando miraba el teléfono y solo podía ver la hora, lo que no dejaba de ser importante, así pude controlar cómo estaba con lo planificado. Llegué al alambrado del Parque como a las 5 de la tarde y desde allí fue una emoción cada vez más grande. Lo había logrado, solo me quedaba el último paso, regresar a casa y avisar que todo había terminado. Feliz

Rubén E. Goñi