La Ciudacita, en los Nevados del Aconquija, por Catamarca, 22 al 26 de septiembre de 2021

Por nuestros compañeros: Dolores Bascary, Ibonne Tucznio, Fernanda Albertus, Sofía Jaimovich, Sofía Juárez Alieno, María del Carmen Ahumada Ostengo, Adrián Domínguez, Juan Manuel Espasadín, Facundo Suárez, Esteban Mansilla, Ricardo Gramajo.

Mil miedos ancestrales obstruyen el camino hacia la felicidad y la libertad. Pero el amor puede conquistar el miedo”  Bertrand Russell

Pasó un mes del inicio de nuestra travesía. Primera vez que me cuesta tanto escribir el relato. Los primeros días me sentía arriba aún, mi espíritu se había quedado en esas montañas únicas decantando las vivencias, saboreándolas, mientras tenía que reconectar con la vida citadina, entre hijos y trabajo. Pero aún me sentía vibrar al sonido del viento, al calor del intenso sol y alumbrada nuevamente por esas montañas tan especiales. Porque si me sentí de algún modo nuevamente alumbrada a la vida, un renacer especial después de aquellos días intensísimos.

    Ir a La Ciudacita era un objetivo, soñado y pensado, pero cuando me invitó Esteban Mansilla y supe del grupo, por supuesto entraron las dudas y el miedo. Preguntas: lo podré hacer?, tantas noches en carpa? llegaré con el dinero? Los permisos laborales, en fin. Mientras cavilaba y compartíamos con las amigas el proyecto, nos reunimos todos para saber los recorridos, los números, los tiempos. Claudio Bravo nos escuchó y aconsejo, también fue un impulsor, al ver que estábamos entrenado duro y andábamos bien en las salidas.

    Luego y ya conformado el grupo, compartimos reuniones de planificación y viendo documentales, mientras cenábamos y preparamos la logística. Ya estaba muy entusiasmada y realmente planificamos cada finde de entrenamiento en grupo para estar tranquilos y disfrutar la travesía. Un viaje tiene tres tiempos, antes, la planificación, estudio del recorrido, estudio de la historia, que en este caso es tan única e importante. El momento vivido y lo que me pasa ahora, a un mes y que quedará en mi memoria por siempre. La memoria agradecida por lo vivido.

     La Cuidacita es un lugar mítico, cercano a nosotros por su ubicación y conectar con esa cultura y cosmovisión ancestral me fascinaba. Imaginarme caminando y observando como lo hubieran hecho los Incas, tenía ese plus enorme.

    Partimos el 22 de Setiembre a la siesta hacia El Tesoro en San José, llegando a la nochecita a la casa de la familia de Alfredo Escudero, que con gran generosidad nos pusieron un gran cuarto a disposición de los doce que formábamos el grupo. Llegar a una casa con el hogar prendido, con tejidos de crochet decorando y con mandalas colgando fue hermoso y aportó una magia al inicio de la experiencia. Dormimos fantástico y al otro dia temprano, alistándonos estábamos a las 8 frente al patio haciendo una ofrenda a la Pachamama. Fue un momento para mi casi sagrado. Todos en silencio y en ronda mientras Gladys y Alfredo nos pasaban las frutas, hojas de coca y el brebaje para depositar en la tierra. Y ahí fotos, y a caminar!

    El dia estaba fresco pero muy soleado. Caminamos con las paradas normales, Sofi Jai estaba un poco cansada, la ayudamos y seguimos hasta que el grupo se equiparo. El primer dia fue muy intenso, de ascenso con mucho sol, paisajes muy bonitos, agrestes, montes espinudos.. Nos cruzábamos cada tanto con Alfredo quien iba con Sofía Escudero, dos caballos y tres mulas con la carga. Nosotros cada uno con nuestras mochilas. Llegamos a Las Pirquitas a las 18h aproximadamente, ya el sol no daba en el lugar de acampe, se puso frio, asi es que armamos carpa, tomamos una sopa y a dormir. Yo descansé muy bien. Al otro día temprano a desayunar y desarmar todo. Estábamos caminando a las 8 y 30h. Era el día clave en el que subíamos al Abra y llegaríamos a Ciudacita.

    Hay cosas que se vivencian y ahora quedan en la memoria y es una frase que me dijo Fer Albertus y es no pensar en mañana ni en el cansancio, esto es día a día y cuánta razón ya que lo pude experimentar. La verdad tengo que destacar la solidaridad de mis compañeros con más experiencia en alta montaña, todo el tiempo atento y alentándonos, yendo a nuestro ritmo para compactar el grupo. El día prometía mucho, no había casi viento y eso al llegar al Abra del Inca era un montón. Desde las 11, yo ya venía paso a paso, a pan y queso y muy concentrada en mi respiración. En realidad así fue toda la subida. Por eso creo que tanto silencio interior, tanta introspección junto a ese maravilloso paisaje hizo que tantos días después sienta esas sensación de estar todavía allí.

    Llegar al Abra fue una gran emoción, hubo llantos risas y muchos abrazos. Alfredo nos reunió en torno al sitio de Homenaje al Profesor Orlando Bravo y nos contó de ello. Sacamos algunas fotos y seguimos. La bajada, no era tan bajada, sino alternada con subidas con filos y cornisas, bastante peladas. Pero la vega, el Campo Colorado y los paisajes seguían impresionándome. Eran cinematográficos. Caminar en las vegas fue un descanso a los piecitos. Pero luego volvíamos a subir y a tener mucha atención por las zonas de precipicios.

    Gladys enorme guía, íbamos junto a ella, Dolores, Sofía Jai y yo. Daba dos pasos y nos miraba, se daba vuelta y sin decir nada nos hacía respirar parando. Ella displicente, caminó casi todo el tiempo con los brazos cruzados como si estuviera paseando, una genia.

    Llegamos a las 17h aproximadamente al lugar donde acamparíamos, esperamos las mulas pero como se demoraban decidimos ir al sitio y recorrerlo. Fue magnífico, una vista única, la tarde caía. A un lado del balcón se veía la llanura tucumana, a mí me impacto divisar la Cuesta de las Lenguas de la ruta 65, marcada, la Laguna del Tesoro y mi Valle de Las Estancias tan querido. De otro lado las montañas impactantes del Clavillo, con sus picos nevados y las caídas abruptas. Sacamos fotos, contemplamos en silencio y con emoción, también hubo lágrimas y abrazos con todos los compañeros. Acá debo un agradecimiento especial a nuestro amigo Miguel Juri que fue el impulsor de dos charlas que dio el Arqueólogo Mariano Corbalán quien nos habló del Camino del Inca y nos contextualizó el sitio y las posibles teorías de su origen y uso por los Incas.

    Volvimos al campamento hicimos las carpas y mágicamente hasta pudimos cenar en tertulia fuera de las carpas porque no hacía frio ni corría viento. Esas noches fueron de luna grande por lo que quisimos levantarnos temprano y volver al sitio para contemplar el amanecer y vivenciar esos momentos únicos mientras nos despedíamos del lugar. Así lo hicimos un grupo más pequeño al otro día. Luego a desayunar y desarmar el campamento

     Y aquí viene otra historia. Habíamos planificado una tercera noche de acampe, pero como veníamos bastante bien, surgió la idea conversada y aceptada que podíamos llegar al Tesoro en el dia. En un momento y al almuerzo tarde, como a las tres se nos plantea esto. Como con    Dolores éramos las más lentas decidimos aprovechar los caballos y tratar de darles al grupo la posibilidad de ir a un ritmo más intenso. Yo lo tomé como una aventura, cuando a las 16 hs aprox. me acerco al caballo para subirme, me doy con que yo lo tenía que conducir y nunca en mi vida había andado así a caballo, no asi Dolores una jineta  experta!. Y ahí vino otra lección, si tienes miedo hazlo con miedo igual!!!!. Si debía debutar andando a caballo, y debía ser en las alturas y un terreno muy pedregoso y hostil, así seria. No voy a negar que los primeros veinte minutos estuve muy nerviosa, pero el caballo era bueno y obediente. Y mis amigos me alentaban… me imaginaba a mis hijos y hermanos que no me iban a creer y ahí entre en confianza de a poco. Anduvimos 4 horas a caballo y esas últimas tres vaya si las disfrute.          Contemplar el paisaje desde el caballo es diferente, aparte de ir descansando y aprendiendo como debía bajar y subir acompañando con mi cuerpo al animal. El atardecer con los cardones, el rio Santa María y el último cordón montañoso fueron maravillosos. Ahí ya veníamos charlando con Alfredo, Dolores, hasta en algún momento de soledad vine cantando. Más no podía pedir. Si hubo más y es que cayó la noche y quedaban unos filos … de nuevo el susto, los rezos y repetirme que confiaba en cada momento … hasta que en una parte que bajábamos al rio, el caballo se asustó y le dije a  Sofi, yo me bajo acá, agárralo, por suerte ya quedaban solo 15 minutos pero de plena oscuridad. Igual llegar fue una alegría. A los veinte minutos llegaron mis compañeros, casi trotando. Estábamos preocupadas por ellos, así que reencontrarnos en lo de los Escudero fue una inmensa alegría mezclada con gran alivio. Luego llego la decisión de volver a Santa María a cenar, algunos volver y nosotros, dormir allí.

    Fue una travesía única y especial, que creo dejó huellas en cada uno. Juan me dijo al volver a subir el Abra de vuelta, aunque cueste acá es el disfrute más grande, saboréalo, que es algo único. Hubo muchos diálogos, miradas y alientos entre todos que no podría relatar, pero creo fue el plus del grupo y el recuerdo que nos quedara a cada uno.

 Algunas impresiones:

Ibonne: La Ciudacita es más que una montaña. Eso no significa que llegar a ella no tenga su complejidad. Pero para mí ha sido un modo de conectarme con una sabiduría ancestral, con la cosmología de la cultura incaica, que al fin de cuenta es de dónde venimos.

    A la familia Escudero un agradecimiento especial, por su calidez e impecable trabajo de guiado. Y el agradecimiento a mi compañero Esteban Mansilla que acompañó y coordinó la logística de esta experiencia inolvidable

                                                                   Es un lugar a donde quiero volver.

María del Carmen Ahumada Ostengo (Maricarmen)