Por nuestros compañeros: Paula Cavanna, Paula Díaz Rossolin, Florencia Zalazar, Joaquín Forcinito, Agustín Cebe, Miguel Mostajo, Michelle Deaver, Claudia Maristany, Trinidad Luz Brito y Juan Pablo Díaz.
Relato: Miguel mostajo y Claudia Maristany
¿Qué hago acá? ¿Por qué no me quedé en mi casa?
Es una pregunta que se repite en cada paso de la senda barrosa y resuena más fuerte, con cada cruce del mismo río serpenteante de agua helada. Pero la satisfacción y el orgullo que se siente con la llegada al objetivo, te inundan y es más poderoso que ese sufrimiento.
Los preparativos
Al decidir realizar esta caminata, me puse en contacto con Juan Pablo, el coordinador (the boss), quien me comentó acerca de las dificultades que tendría esta travesía.
La primera adversidad, era el día y hora de salida, ya que, al tener que cumplir con mi horario de trabajo, se me dificultaba poder acoplarme. Pero la decisión estaba tomada y quería hacer esta caminata.
Le comenté a “The Boss”, que quería conocer el trayecto para tomar el tiempo de llegada, y conocer personalmente las dificultades del mismo, hasta la escuela de La Hoyada, punto de encuentro para pasar la primera noche.
Y así fue, que dos semanas antes fuimos a conocer el camino. Se veía bastante complejo, por el estado de la senda (en algunos tramos mucho barro) y por los diversos cruces del río. Pero logré conocer en persona, algunos datos importantes a tener en cuenta, para poder salir más tarde que el resto del grupo.
Comienza la travesía
Se acercaba el día de la partida y el pronóstico del tiempo, no alentaba esta caminata, se hablaba que sería “el fin de semana más frío de lo que va del año”, pero eso, no cambió mi decisión y al parecer de ninguno de los otros chicos que se habían anotado.
La ansiedad me inundaba y entre preparativos y los intercambios de mensajes por whatsapp, llegó el día del encuentro para comenzar la travesía.
El primer grupo, partiría al mediodía, y el resto, acordamos encontrarnos, pasado el mediodía, en el camping Rio Grande, donde dejaríamos los vehículos al cuidado de Noemí.
Con Flor, Paula, Hormi y Chita, nos encontramos y nos preparamos para comenzar la caminata.
El clima no ayuda demasiado y se confirma lo del pronóstico del tiempo.
El camino no había mejorado desde mi caminata anterior (15 días atrás), sino que por el contrario, se encuentra más barroso lo que nos dificulta el rápido andar para ganarle a la oscuridad de la noche.
Los cruces de río, también son una complejidad, ya que, con el agua más fría y con mayor caudal, el tiempo en cada cruce es mayor.
Cae la tarde y llegamos al cruce con el camino que va hacia Anfama. Allí nos encontramos en su descanso, con los valerosos maestros de montaña que bajaban después de estar toda la semana cumpliendo con su notable labor, cosa que nos ponía muy orgullosos.
Seguimos caminando, después de este pequeño descanso y la oscuridad ya se hace sentir.
Las charlas y bromas, hacen más amena la caminata, olvidándonos del frío de las aguas del serpenteante río y, faltando menos de una hora para llegar al primer destino, nos agarra la noche.
El ubicar con exactitud la senda nos hace disminuir el paso, al punto que después del último cruce de río, no encontramos la senda y empezamos a investigar por donde seguir.
Hormi, por un lado, Chita por otro y yo por otro, hasta que decidimos continuar por una zona no muy marcada. Finalmente encontramos la senda y continuamos un poco más tranquilos.
La caminata se torna más pesada, no solo por el peso de las mochilas y las zapatillas mojadas y con barro, sino también por la oscuridad de la noche.
Finalmente, llegamos a una parte de la senda, donde ya me es familiar, y con la luz de las linternas en la frente, visualizamos las primeras casas que están antes de la escuela de “La Hoyada”.
La alegría y la tranquilidad de estar cerca del segundo punto de encuentro, nos hace apurar el paso.
Llegada a la Escuela “La Hoyada”
El recibimiento de Clau, Pau, Trini, Mitch y the boos, y que a la mayoría de ellos no conocía, es con tanta euforia y emoción, que siento ese plus de incentivo para seguir con esta aventura, y más aún cuando, nos comentan que la Directora, nos permitía pernoctar esa noche, dentro de la escuela.
Entrar al edificio es llegar a un refugio seguro. El hogar/cocina encendido con sus troncos candentes, nos brinda su calor y luz y la sensación de alivio es inmediato, al despojarnos del calzado mojado.
El frío de la montaña queda afuera, y el grupo se sienta alrededor del hogar-cocina, compartiendo mates, historias y risas mientras el cansancio se disipa.
Algunos empiezan a cocinar para la cena y Hormi dirige unos juegos, en donde participamos todos. Nos sentimos tan cómodos, que bromeamos con quedarnos allí y no continuar con la caminata.
El cansancio de la jornada, se empieza a sentir y cada uno va buscando su lugar para dormir, calentito y cómodo, sabiendo lo que nos espera al día siguiente.
Segunda jornada, Chasquivil, allá vamos..
Las alarmas de los relojes y teléfonos, comienzan a sonar a las 7hs y después de un desayuno sencillo pero reconfortante, el grupo comienza los preparativos hacia el objetivo final.
La caminata hacia Chasquivil, comienza. Nos despedimos, de lo que, por una noche, fue nuestro refugio, agradecidos por brindarnos su calorcito.
El camino no mejora a lo del día anterior, pero cada paso es un tributo a la belleza y la serenidad de la naturaleza y nos lleva a través de paisajes impresionantes. El esfuerzo de la caminata, es recompensado con vistas que llenan el alma de asombro y paz.
Después de otros tantos cruces de río, tomamos un camino de subida sinuoso y barroso y el tiempo de llegada calculado, se aleja, a la vez que el frío se hace sentir, más que el día anterior.
Finalmente a la tarde noche, llegamos al caserío que forma Chasquivil. Sus árboles, yacían con sus copas blancas, presagio de la fría noche que se avecina.
Llegada al objetivo, Chasquivil
Llegar a Chasquivil es el broche de oro de esta aventura. Hay una sensación de logro y satisfacción que impregna al grupo. Las experiencias compartidas, las risas y los desafíos superados han forjado un vínculo especial entre todos.
Y ahí está Cayetano, esperándonos cual padre espera por sus hijos. Entre la alegría por vernos, su cálido recibimiento y la tasa de mate cocido con pan casero que nos sirve, me transporta a mi infancia, como cuando iba a visitar a mis tíos al campo.
Sentados alrededor del fuego, y entre juegos y bromas, bastante más distendidos, agradecemos cada momento vivido, cada paso dado y cada nueva amistad forjada.
Más tarde, Cayetano nos sirve la cena. Un riquísimo plato de Locro, que nos hizo recuperar las energías y sentirnos como en casa.
La montaña deja una huella en los corazones, recordándonos la importancia de la conexión con la naturaleza y con nosotros mismos.
Llega el momento de los agradecimientos, porque atrás de cada salida, hay personas, familiares, amigos y organizaciones que desean que lo disfrutes, porque sienten que cada paso que das por una senda, es un crecimiento a tu persona y así lo perciben.
Al final del día, llega la hora de ir a dormir, con la cabeza pensando en el regreso, pero con la tranquilidad de tener una cama cómoda y bien abrigada, teniendo un buen descanso para afrontar la bajada del día siguiente.
Tercera jornada, el regreso
Después de una hermosa noche reparadora bajo esas colchas pesadas de lana, me levanté a las 5,45hs., un rato antes que los demás. Al salir de la habitación, pienso: “qué fuerte ilumina esta luna” y me doy cuenta entonces que no era luz… era nieve. Y el paisaje es de un cuento: todo blanco, techos, árboles, casas. Emoción y nervios para salir a las 7 AM con el objetivo de llegar al Siambón, o al menos al último cruce de río, con luz diurna.
Era fácil y emocionante caminar bajo la nevada. Si bien la temperatura era bajo cero nada nos hizo perder la alegría de sabernos privilegiados.
Ya bajando la odisea del barro se transformó en culopatín que nos hizo sentir como niños, jugando y riéndonos. Creo que esa es una de las razones por las que hago montaña. Bajamos por una cuesta distinta a la de ida, que fue más amigable… o quizás porque era bajada… menos de 7 horas bajando hasta la Hoyada donde levantamos pertenencias y seguimos a un buen ritmo.
En lo personal empecé a sentir que no daba más cuando faltaban dos o tres cruces de río. Al final, me caí en uno de ellos. Mojada y con el orgullo caído seguí adelante, ya seria, haciendo el esfuerzo con la cabeza. No sé cuántas veces me caí en el barro y ya lloraba, puteaba y los que quedaron conmigo al final, haciéndome el aguante me daban palabras de aliento para animarme a seguir. Entonces uno de los venti-treinta del grupo, (que eran mayoría, sólo 2 éramos +50) me ofreció a llevarme la mochila. Entre agradecida y enojada y avergonzada conmigo misma, acepté la ayuda que era impagable. Finalmente, en la montaña éstas son las cosas que valen. La ayuda, el aguante, los gestos, la charla… no tienen precio
Caminamos más de 30 km. en 12 hs. pero no es eso lo que queda ni lo que importa, y como decíamos con los chicos entre bromas: subir montañas se parece a tener hijos: al momento de parir lloras y sufrís, pero a los 5 minutos te olvidas y cuando menos te diste cuenta estás en otro parto. Lo sabemos: apenas se nos pasa el cansancio, nos queda la satisfacción y el disfrute. Y ahí nomás empezás a planear la próxima salida.