Por nuestros compañeros: María del Carmen Ahumada Ostengo, Fátima Lucero, Ibonne Tucznio, Sandra Herrmann, Paola Nucci, Ana Ludemann, Juan Espasadín, José María Cuezzo, Leopoldo D’Urso, Marcelo Leone, Fernando Carrizo y Mariana Medjugorac
Una nueva travesía se sumó este sábado con mis compañeros de la AAM, subir El Pabellón fue nuestro desafío y hacia allí fuimos.
A las 5.15 de la mañana me levanté, solo estos desvelos son los que me causan felicidad, terminé de armar la mochila y me preparé unos mates para despertarme. A las 6, Marcelito me pasó a buscar en su auto, ya estaban Paola y Leo, luego salimos en la búsqueda de Anita. Todos ellos mis amigos de La Movida, grupo que se formó entre los compañeros que hicimos este año el CIM. Así encaramos la ruta 307 para llegar a la base de El Pabellón. Yo fui designada como compañera del conductor, mientras los otros tres iban recuperando algunas horitas de sueño. En especial Anita, que salió directo de su guardia, se calzó las zapas y se subió a la expedición, ¡qué aguante!
Tafí del Valle nos recibió con un cielo celeste pleno, radiante, era un buen augurio, aunque la montaña siempre da sus sorpresas. En la estación de servicio nos reunimos con los otros integrantes de esta hermosa expedición, Fernando, María del Carmen, Ibonne, Juan, Fátima, José María y Sandra. De ahí nos fuimos rapidito a la base del Cristo y comenzó nuestro ascenso al glorioso Pabellón.
Volví a la montaña después de un mes y medio, por lo cual mi felicidad fue bastante extrema. Como toda expedición, la primera hora vas acomodando el caminar con los bastones, la respiración y luego de un período comenzás a disfrutar. En mi caso, siempre después de un rato me relajo y ahí comienza el disfrute. Empezar a ver ese valle bellísimo, el que desde hace unos meses comencé a mirar desde las alturas. Un grupo reducido, entre los que nos encontrábamos los más nuevitos de la asociación y los de más experiencia. Fernando fue quien nos guió, siempre amoroso, atento, nos fue alentando y acompañando en el camino.
Cada tanto, hicimos las paradas para hidratarnos, abrigarnos y comenzar a comer alguna fruta, un puñado de frutos secos, unas galletitas. En la montaña, esas paradas se tornan en la gloria misma, porque significan un pequeño descansito y volver a recuperar energías. Y comienza a producirse la amalgama entre los que integramos el grupo, comenzamos a presentarnos, a reírnos, a reconocernos como grupo, ¡qué maravilla humana!
La primera parte del ascenso el sol nos regaló su compañía, pero fiel al estilo de Tafí, al mediodía, ya más cerca de la cima, el cielo de cerró, las nubes bajaron y el alpapuyo nos envolvió. El frío comenzó a entrar en nuestros cuerpos, y ahí, entre el cansancio de una cumbre empinada más el friísimo, el objetivo se hizo un poco más complicado.
Al igual que yo, muchos de mis compañeros, no tuvimos en cuenta que podía haber un cambio de clima tan brusco, y nuestro abrigo fue poco. Para mí, los últimos metros fueron letales, caminé muy despacio, muerta de frío y peleando con mi cabeza para que no se apoderen los pensamientos negativos, desde que comencé con esta actividad, sinceramente creo que el mayor desafío es controlar la cabeza, si ella juega una mala pasada, no habrá cumbre ni maravilla natural que pueda disfrutarse.
Cuando se está cerca de la cima es cuando se siente el mayor compañerismo, Fernando que se da vuelta y tira un mensaje de aliento, Marcelo que me acompaña con alguna charla, Ibonne que iba cantando canciones de Marilina Ross (y ahí yo iba acordándome de mi mamá y mi hermana, fanáticas de la cantante), Anita que sólo con mirarnos ya nos entendemos, Paola que viene fundida, Leo que siempre tira ¿estás bien Mani?, entre todos nos acompañamos. Sin dudas, una de las cosas que más amo de la montaña es sentir compañerismo, ahí nos olvidamos de creencias, de ideologías, de pensares, qué bueno sería que podamos recuperar eso como sociedad. La montaña une.
Finalmente llegamos a la cima, el viento nos dio una dura batalla, intentamos refugiarnos un poco del frio y comenzamos a comer, puedo asegurar que la comida de cumbre suele sentirse como el mejor plato de salmón del mejor restaurante del mundo. Entre bocado y bocado, todos comenzamos a husmear en nuestras mochilas para ponernos todo el abrigo existente. Ahí nos preocupó Paola, que estaba pálida del frío. Entonces Fernando le prestó su campera, llegaron unos guantes salvadores y los masajes de Ibonne, ayudaron a que Paola comenzará a recuperar el calor corporal. Rodeada de las nubes, siempre intento fotografiar en mi alma esa sensación única, ese viento que oxigena la sangre. Nos sacamos la típica foto grupal, reímos, nos abrazamos, nos felicitamos, ¡cuánta alegría!
Ya descansados y con la panza llena comenzamos el descenso, que siempre es más rápido, las ganas de volver son una buena inyección mental para acelerar el paso. En ese descenso, comenzamos a hablar con Ibonne y Maricarmen, dos divinas, yo no podía dejar de pensar como tienen tanto aire para hablar, cantar y reír sin parar. Sin dudas, la experiencia es un hándicap en la montaña. Ellas son caminantes experimentadas. Qué lindo es poder ir aprendiendo de cada compañero que enseña, que acompaña.
A las 18 hs llegamos a la base del Pabellón, atrás quedó esa cima que conquistamos horas previas. La expedición nos llevó nueve horas de caminata, nueve horas que al volver se traducen sólo en felicidad, en un abrazo fraterno con cada compañero y que culmina con ¡nos vemos en la próxima cumbre!
Y por supuesto que así será
Mariana Medjugorac